POR GERMÁN
EDUARDO SANTAMARÍA HURTADO
Mi texto busca contar partes de la historia de vida de
mi padre José Isaac Santamaría Montenegro. Él nació el 28 de abril de 1955 en
la ciudad de Villavicencio, y allí vivía junto con su padre José Lucas Santamaría
Rodríguez. Lo que más recuerda de su infancia es la pobreza; una bicicleta o un
radio no eran un lujo que se pudieran dar. No tuvo muchas oportunidades de
estudio; cursó hasta el grado tercero de primaria en un colegio religioso dirigido por un cura.
La alimentación no era muy buena; vendía
periódicos a los 8 años; andaba con
pantalones cortos, sin zapatos y una camisa de botones; dormía en una cama dura
y usaban leña para cocinar; sin embargo él dice que extraña la niñez porque fue
la etapa donde podía jugar sin
preocupaciones de ningún tipo. Su adolescencia fue aún más difícil, vivía y
trabajaba en una finca junto con su padre.
A los veinte años trabajó en el Molino el Sol;
compraba trigo; allí conoció a un señor que lo invitó a trabajar en el montaje
de un molino de trigo. En Duitama estaba parte de su familia; se conoció con mi
mamá Olga Lucía Hurtado Suárez por medio de su hermana, y al poco tiempo se
hicieron pareja. Trabajó en una fábrica de carrocerías “Carrocerías Muisca” en
la cual pintaba autos su jefe, Álvaro Gutiérrez. Trabajaba duro para poder
vivir bien. En esos días vino un primo de Estados Unidos; su nombre era Germán Santamaría
y se hospedó en un hotel de categoría en Duitama y lo invitó a cenar; le
recomendó que se fuera a Estados Unidos para dejar de trabajar tanto y por tan
poco; mi papá lo pensó y decidió que no tenía dinero para el viaje; sólo tenía una
moto que compró años atrás; entonces decidió venderla y preparar su viaje.
El pasaporte lo sacó en el año 1986; compró ropa y
acomodó a la familia en un mejor lugar; ese año nació su tercer hijo; preparó
la maleta y solicitó la visa a México pero como eran demasiados requisitos para
tramitarla, la solicitó para Guatemala y se la dieron; debía viajar el 4 de
febrero de 1987; se despidió de su familia y viajó a Guatemala.
Cuando llegó a ese país el 4 de febrero hizo un larga
travesía de 4 días; visitó muchos lugares en Guatemala; llegó a un pueblito que
limitaba la frontera con México llamado la Mesilla y pasó la frontera
ilegalmente; llegó al estado de Chiapas y viajó por la capital que se llama
Tuxtla-Gutiérrez; hizo muchas amistades; en Rizo de Oro un pueblito, se
trasladó en un tráiler hasta ciudad de México, de allí viajó a Guadalajara y de
allí se trasladó a Culiacán.
Se hospedó en un hotel; el señor del hotel le
recomendó que se fuera al medio día porque al pasar por los retenes en Sonora lo
detenían y lo deportaban; él se fue del hotel y lo detuvieron en un retén en
Sonora, pero el oficial que lo requisó lo dejó ir al ver su situación, sin
embargo, le dio un consejo “quédate en Culiacán no vayas a Tijuana porque te
tuercen”. Él tenía el pasaje a Tijuana, llegó a Culiacán y se dio cuenta que tenía
que pasar por aduana y migración; se estuvo a un lado para que no lo detectaran;
regresó al bus y se dirigieron a Tijuana; en Tijuana tuvo que pasar por la
migración para revisar el equipaje y los documentos; alistó 20 dólares, y cuando
el oficial de migración le pidió los documentos, le ofreció los 20 dólares y lo
dejó ir; de allí se fue para Tijuana.
Se fue en un bus hasta el centro de la ciudad; el
señor los llevó a diferentes destinos; mi padre pidió que lo llevara al hotel La
Mesa; en una conversación con su hermana le dijo que se hospedara allá mientras
miraban cómo hacían para traerlo a Estados Unidos; el conductor le aconsejó “si
acaso te agarra la migra di que eres Mexicano no que eres Colombiano porque te
deportan, si te preguntan en donde naciste di que en Acapulco, allí hablan
parecido”. Mi padre se dirigió al hotel, se acercó y preguntó por el valor de
una noche. Le dijeron que 30 mil pesos. El hotel tenía piscina. Sin embargo era
todo el dinero que tenía, así que le tocó buscar uno más económico. Consiguió
uno de 10 mil pesos.
Al siguiente día fue a recorrer Tijuana y en el
recorrido llamó a Estados Unidos. Le dijeron que estuviera listo porque un
coyote lo iba a pasar. Le dieron instrucciones de ir a un lugar específico. Fue
hasta ese lugar y le dijeron que se prepara porque lo pasarían esa misma noche
a Estados Unidos. El coyote iba con una mujer embarazada, también un mexicano
con su esposa, y un pandillero nicaragüense con el que tuvo que hacer pareja
porque debían ir en grupos de dos personas a las dos de la mañana. El 17 de
febrero de 1987 cruzaron la frontera a Estados Unidos. Llegó a San Isidro
California en donde estuvieron escondidos tres días en una casa; luego fueron a
un pequeño aeropuerto en el cual abordaron una avioneta que los llevaría al centro de California.
En los Ángeles lo recogió su primo y lo llevó a donde
su hermana en un apartamento; él estaba muy prevenido por el tema de la
migración, sin embargo ya estaba más tranquilo.
Ya en Estados Unidos trabajó por un tiempo con su
primo que era plomero, pero con el tiempo lo ayudó a conseguir trabajo en una
fábrica de fundición. A los 8 días
llamaron a la casa en dónde vivían y preguntaron por el colombiano; se dirigió
a la fábrica y comenzó a trabajar; aprendió rápidamente. El trabajo consistía
en coger partes de cera para fundirlas en forma de moldes, y así se hacían
partes de autos, armas, palos de golf y partes de avión; su jefe se llamaba Christopher
Tobar. Mi padre me dice que tuvo mucha suerte porque él no conocía nada sobre
la fundición y se le facilitó, así que
el jefe notó que era un muy buen
empleado y lo empezó a tener en cuenta.
En su estadía en Estados Unidos trabajó 2 años y medio
en la fábrica de fundición; conoció muchos lugares; y con el tiempo pudo
comprarse un carro para desplazarse; un día el jefe llegó con un vendedor de
autos; el auto que vendían costaba 300 dólares, era un Chevrolet Impala clásico;
ese era el dinero que mi padre ganaba en una semana. El jefe le prestó el
dinero. Sin embargo tuvo que venderlo porque se recalentaba. Se compró una moto
de 650 cm3 que también tuvo que vender. Compró un Chevette que le costó mil
dólares. Lo vendió cuando ya se iba a regresar a Colombia. Mientras estuvo allá
envió dinero a su familia.
Ya a su regreso mi padre se consolidó como
comerciante, y abrió un pequeño hotel llamado Hotel Sander, y con los ingresos
que produce mantiene a su familia.
No me queda más que decir; la vida es una continua
caja de sorpresas. Quizás otro día
cuente cómo una tarde llegó una hermana de mi padre de quien no había sabido
nada en 25 años. Son historias que nos sorprenden en el transcurso de nuestra
vida. Cómo esas historias de mi padre. Imaginármelo en todos esos países, con
ese temor, con esas ganas de salir adelante. Un día estás en un país
subdesarrollado, otro en una potencia, al siguiente con un negocio que pudo
montar con sus ahorros, y así mantener a la familia estando con ella. Mi padre
me ha comentado que ha pensado en volver a los Estados Unidos pero esta vez lo
quiere hacer legalmente; está en continuo contacto con su hermana para tramitar
los papeles y la visa para vivir
legalmente; ahora solo queda esperar que sorpresas nos depara la vida.
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