Por Andrés Mendivelso
“La música urbana consiste
En que en cada encrucijada
Cada una de mis rimas
Quedan inmortalizadas”
René (Calle 13 “Que lloren”)
Existen
varias maneras para habitar un barrio, una casa, un apartamento o una ciudad,
pero sin duda, la desfragmentación que existe en el barrio San José Obrero es
inexorable.
El
barrio que quedó al olvido de transeúntes y de la ciudad, se convirtió en el
mayor muladar de recuerdos de sus habitantes, que sin querer, tuvieron que
seguir su vida cotidiana con el impedimento de un mal que acecha.
Entre
sus fauces que abrió sin querer este barrio, existen aproximadamente 35
espacios de venta de licor donde se mezclan universitarios, gente común,
revoltosa, calmada y otra que sin duda es la bestia más terrible que domina el
barrio, y que vamos a denominar con una palabra común en estos tiempos, la “gaminería”.
Sin
embargo, esta “gaminería” no es del
mismo barrio, son forasteros que llegan como ratas oliendo su presa, y son astutos; el que no se dé cuenta de su presencia y le siga
el juego, la lleva con él. Sus madrigueras: los bares más reconocidos del
barrio, como son “Procheli”, “La Caza Bar” y “Santa Aleja”.
En
ellos reina la sevicia, no hay cómo controlarlos; la policía, -no se sabe si en
realidad hay policía o solo son un grupo de parásitos verdes que están allí
solo por moda- no hace nada. “Mucha policía poca diversión, un error”; esta es
sin duda una de las grandes canciones del gran grupo de punk “Eskorbuto”, en la
cual se demarca la problemática de esta institución, tampoco las sucesivas
administraciones municipales.
Sí,
esta es la realidad; la nueva generación que cambió todo. “No sé cómo te
atreves a vestirte de esa forma y salir, así, en mis tiempos todo era alegría y
confort”; letra de “Pachuco” de los artistas de “La maldita Vecindad”. Ejemplo de esa generación que se abastece de consumo y
de innovación.
Pero
bueno, volviendo al tema; explicaré cómo son los fines de semana en estos bares que tan solo dejan
desilusiones, desconfianza y desahucios.
El
jueves es un día que toman los universitarios para descansar del fatigante
látigo de los trabajos. Eligieron este día porque muchos se van a sus casas y
no pueden compartir con sus amigos. El jueves es un día tranquilo sin peleas y
muy bueno para disfrutar.
Un
jueves casi no viene “gaminería” y si hay peleas (que son muy pocas) son entre
estudiantes, y estas peleas son (a veces) por chicas o quien sabe, que tal sea
por una nota o por un trabajo.
El
viernes la “gaminería” descansa para un sábado agitado. El viernes es para las
personas que trabajan la larga semana y quienes quisieran que su descanso fuera
eterno. Este día es especialmente para las personas maduras que cuentan sus
ocurrencias laborales con sus camaradas de trabajo. El viernes casi no hay
peleas.
El
sábado (llegamos a la parte más fascinante de este trabajo) es el día
privilegiado para la “gaminería”; lo único que impide su fiesta sangrienta es
la lluvia, la ley seca que se da gracias a un paro agrario o a la farsa de
elecciones, o a las fiestas en ciudades aledañas. Pero sin lugar a dudas este
día es uno de los más horrendos de la larga historia del barrio.
Con
otros de los habitantes del barrio reconstruimos el siguiente diario sabatino:
“Son
las 4 de la tarde, todo está en silencio, solo se escucha el parpadear de los
carros y el latido de los árboles; de repente, llega el dueño del bar con todos
sus maleantes; lo primero que hace es poner esa música de la juventud
post-basura (reggaetón, vallenato, el “serrucho” y demás) a un nivel exagerado.
La “gaminería” husmea esta música porque esto es lo que los atrae, llegan
aproximadamente entre las 10:30 pm y las 12:00 am; se da uno cuenta cuando
ellos llegan, pues son numerosos sus grupos que no se bajan de los 5
integrantes; cuando son astutos suben unos pocos al bar y los otros se quedan
al acecho; mientras tanto, los de arriba usan su olfato para las víctimas que
estén solas y les empiezan a formar bonche o pelea; si la persona está borracha
es peor, si por el contrario no lo está, esperan, buscan la manera de sacarlo
del bar; cuando su operativo es exitoso, empieza el cruce de disparos de botellas;
la adrenalina sube a su máximo tope, comienzan a decirse palabras grotescas y
vulgares, -Me dio en una pierna ese hijue… (Se omite la palabra por haber niños
pequeños o que aún no conocen, si se está leyendo se puede hacer el piiiiii de
las películas), -Métale la puñalada, -Métale un puño a ese malp…, -Sáquele la
plata a ese piro…. Uno viendo estas riñas callejeras queda exhausto,
aterrorizado, dan ganas de vomitar hasta las lágrimas, el cruce de puños
galácticos y de puñaladas con fuerza
bruta son terroríficos, sus listas sangrientas de víctimas siguen
extendiéndose y no se puede hacer nada para acabar con esto”.
Pero
en ese momento, uno se pregunta: ¿Y la policía?, ¿No es su deber velar por la
seguridad de sus habitantes? No, ellos están durmiendo o en el baño; quién
sabe; que tal estén pintando todo de rosado gracias a nuestra querida
alcaldesa, pero mientras hacen estas cosas sin importancia, las luchas campales
que se dan en este sector siguen dejando tasas muy altas de lesiones en riñas,
y estoy casi seguro, que elevan las tasas de mortalidad.
Al
otro día, hay sangre en la arena y no es del asesino; se convirtió en algo tan
paradójico, que es imposible salir a la calle con la tranquilidad que se sentía
antes; reina el miedo, reinan los sobrevivientes camuflados para no ser vistos.
Ahora,
la mejor leyenda contada después de “La llorona” y otras leyendas más, da el
premio Nobel de Literatura en ficción (debió superar a “Gabo” y sus “Cien años
de soledad”), al bar “San Aleja” con su espectacular leyenda “La chica y el
Diablo”.
-“La
historia comenzó cuando una joven entró al establecimiento dicho, la joven se
sentó con sus amigos a tomar y a conversar.
De
repente llegó un hombre muy elegante que empezó a brindar trago a todos los que
estaban en ese momento en el bar, después sacó a bailar a la mencionada joven. Ella
gustosa aceptó, pero el hombre le hizo una advertencia que sería la última que
iba a escuchar: “No me mires los pies”. Ella, por supuesto, no aguantó las
ganas, le miró los pies, y lo que vio
fueron unas patas de caballo con fuego, ella asustada miró a su alrededor y las
personas se habían convertido en monstruos. La chica se desmayó y entró en
coma, del cual no despertó llevándose a la tumba toda la verdad.”
Este
es el testimonio de uno de los habitantes del barrio, y es un relato que puede
ser narrado por casi todos los habitantes de la ciudad. Sobre todo si se tiene
en cuenta que la chica entró en coma y murió. ¿Quién iba a saber lo que ella
vio al desobedecer la sugerencia del hombre?, ¿Qué pasó con el hombre? Según el
testimonio del dueño de “Santa Aleja”, en las cámaras la joven sale bailando sola.
Pero lo paradójico es, que para estas fechas, el bar mencionado no contaba con
cámaras.
Otro
testimonio de los habitantes, es que la chica murió de una sobredosis de droga,
lo cual se está investigando si la expenden en el dicho bar. Lo único cierto es
que a la “Santa Aleja” no le luce el Santa.
Y así tenemos un barrio destruido por la ineficacia de las autoridades.
Vecinos desesperados para quienes la justicia no funciona. Ni derechos de
petición ni tutelas. Y mientras tanto el ruido inaudito que no deja dormir a
nadie, y las riñas, y el consumo de tantas sustancias, han hecho que el barrio
pase a ser considerado como la zona rosa de la ciudad. Esta debe ser la razón
por la cual la alcaldesa no ha hecho nada al respecto; le gusta el rosado.
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