Por
Carlos Andrés Álvarez Flores
La casa de mis abuelitos está
ubicada en el barrio Alpes Bajo en la ciudad de Duitama, calle 19 entre
carreras 33 y 34. El barrio limita por el norte con en barrio San José, por el
suroeste con el colegio Simón Bolívar, por el este con la urbanización Robledales
y por el oeste con la carrilera del tren.
Fofografía de mi diario de campo |
De este matrimonio nacen tres
hijos: Ana Julia (1949), Pascual (1950) y Servando (1952); un hogar
extremadamente pobre donde se sufrían muchas necesidades. En el año 1955 muere
mi bisabuelo Rito Estupiñan, y mi bisabuela Clementina Pineda, sufre el rigor
de ser madre viuda y cabeza de familia con tres hijos para alimentar.
Entonces mi abuelita Ana Julia por ser la
mayor, tuvo que recolectar leña para llevar a pueblo de Sativanorte (Boyacá), para venderla o cambiarla por alimentos como
panela, manteca, arroz y sal. El estudio en ese momento no era prioritario,
el analfabetismo (es decir, la falta de
conocimientos básicos de lectura y escritura, entre otros, brindados por la
educación escolar), era común y no habían oportunidades de trabajo, así que en el año 1959, por
sugerencia de su tío Santos Pineda, llega a Duitama, y se refugia en una humilde
vivienda en la vereda la Parroquia.
Cartografía de la memoria. |
En ese entonces mi abuelita Ana
Julia sigue buscando sustento como empleada de servicio doméstico. En 1964
fallece mi bisabuela Clementina Pineda, esto la obligó a internarse como
empleada de servicio doméstico de una reconocida familia (Briceño). Mi abuelita
dice que trabajó cuatro años con ellos y que es uno de esos trabajos que no
permiten el progreso ni el estudio, y que además era mal remunerado, porque se
trabajaba más y el pago era poco.
Pasado un tiempo, en 1970 se
conoce con mi abuelito Gustavo Flórez, un hombre de media estatura, piel
trigueña y ojos oscuros, quien se convirtió en el enamorado y supuesto salvador
de aquella explotación laboral. En el
transcurso de tres años de noviazgo toman la decisión de contraer matrimonio el
30 de junio de 1973, por lo cual mi abuelita Ana Julia decide retirarse de su
trabajo como empleada de servicio doméstico para atender su hogar.
De dicha unión nacen cuatro hijos, en 1974
nace mi mamá Mireya Flores Estupiñan, en 1975 nace mi tía Fabiola Flórez
Estupiñan, en 1980 nace mi tío Raúl
Flórez Estupiñan y en 1981 nace mi tío Gustavo Flórez Estupiñan. Como era de
esperarse en muchos de los hombres de este país, mi abuelito resultó ser un
hombre irresponsable y bebedor, y muy de vez en cuando, colaboraba con las necesidades
del hogar. Esto obliga a mi abuelita a rebuscarse el diario vivir para sostener
a sus cuatro hijos quienes vivían en una casa humilde que además carecía de
agua y luz. Era casi imposible sostener a sus cuatro hijos, así que mi abuelita
nuevamente tuvo que dedicarse a lavar ropas en casas de familias, planchar y
ayudar en la cocina, con un salario miserable que no alcanzaba para sostener a
sus cuatro hijos. En el año 1985, y quizás angustiada por la necesidad de
buscar dinero, se vuelve comerciante de la plaza de mercado (plaza real de la
ciudad de Tunja). Allí trabajaba el día viernes, y el resto de la semana
luchaba a diario con largas jornadas de lavado y planchado de ropa, para
conseguir el diario para poder alimentar a sus cuatro hijos, por lo que no
contaba con el apoyo económico de mi abuelito Gustavo Flórez. Mi mamá (Mireya)
empezó a crecer y darse cuenta que el dinero no alcanzaba, así que ella a
temprana edad (10 años), inicia también el trabajo en la plaza de mercado de
Duitama y de Tunja para colaborar con los gastos del hogar. Fueron años de bastante
sacrificio.
En 1989 sucede otra tragedia familiar, mi
abuelito Gustavo en su derroche de vida sufre la enfermedad del síndrome de
Guillain-Barré (el síndrome de Guillain-Barré es un trastorno en el que el
sistema inmunológico del cuerpo ataca parte del sistema nervioso causa
hormigueo, debilidad muscular y parálisis); fue llevado de urgencias a la
ciudad de Bogotá al hospital la
Samaritana. Allí dura recluido ocho meses, y su recuperación tardó un año. Por
supuesto la crisis económica se agudizó; esto obligó a mi abuelita incluso a
pedir limosna en Bogotá y en Duitama.
Hoy me pongo a pensar que fue
una situación muy dura, pero entre comidas, los gastos médicos y los
transportes, quizás no hubo otra opción; supongo que esto podría llamarse
pobreza absoluta. Estas son las razones por las cuales yo admiro a mi abuelita
y a mi mamá Mireya Flores, su fortaleza contra los problemas, nunca abandonó a
sus hijos, les dio estudio para que no fueran analfabetas y tuvieran mejores
oportunidades; siempre les inculcó la honestidad, la responsabilidad y la
humildad ante todo.
Mi abuelita |
Mi abuelita nos dice y nos aconseja
que siempre aprovechemos el estudio y cuanta oportunidad tengamos de
ilustrarnos. Siempre nos ha inculcado el respeto, la obediencia y la humildad.
En pocas palabras los valores de cualquier ser humano rico o pobre deberían
tener.
Ella vive muy aterrada de la
juventud de hoy en día; al no tener respeto ni por ellos mismos, la degradación
de los muchachos por las drogas; es cómo si la juventud hubiera perdido el
norte de la vida; de los objetivos que cualquier ser humano quiere realizar.
La felicidad más grande de mi
abuelita es ver que pudo sacar a sus cuatro hijos adelante y que son grandes
seres humanos, útiles para la sociedad.
Quizás sus sueños de juventud
fueron aprender a leer e ilustrarse, pero cada día que pasaba lo veía más
difícil, y entonces pasó a ser, antes que superarse en ese sentido, lograr
tener un hogar con algunas comodidades. Hoy en día mi abuelita tiene 64 años de vida, goza de una excelente salud y es el punto de encuentro de toda la familia.
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