CREACIÓN



VERSIONES DE MEDUSA
(A la manera de Homero Aridjis)


VERSIÓN DE JOSÉ RICARDO ROJAS CHAPARRO

Su origen es desconocido pero se sabe que las mujeres la desprecian 
porque es una mujer que se gana  a los hombres con su mirada

Y entonces el mundo se engaña porque ella apenas hace que caigan
en un estado de quietud y reposo

Ellos así se sentirán parte de una familia
Por eso las demás mujeres la odian

VERSIÓN DE ANGIE DANIELA BONILLA

Medusa, así la hizo llamar su padre

Aquella que algún día fue la preferida
de la familia
ahora es el centro de
rencor y desesperación de la misma

Por eso ella ahora busca alguien con quien
desatar su ira y se ha convertido en una
de las más temibles escultoras
y detalla la piedra sin compasión y eterniza familias

Un día trató de verse en un espejo
para ver en qué se había convertido
y se convirtió en piedra

Creo que solo es una temible criatura
que nadie supo amar.


VERSIÓN DE JESSICA ALEXANDRA MEDINA

Medusa, casi un monumento nacional
andando por las calles como cualquiera

Su apariencia no lo demuestra
pero es una mujer que sufrió
y ahora es el monstruo de nuestras calles.

Ella es una mujer común, coqueta,
también pone trampas para sentirse feliz con los hombres

También busca algo que llene el vacío
cuando alguien le destrozó el corazón 

Deberíamos pensar que no siempre fue así
Que su corazón no siempre fue de piedra

  
PERMANECEREMOS EN SILENCIO
Por José Andrés Silva Cely

Los ángeles nunca han visto las almas de los campos
somos eco de la vida destrozada por los milagros.
La guerra dice que los dioses y los ángeles
también merecen morir.

Desde el principio de los tiempos
el obispo dice al rey sus mentiras
por eso Dios esta vestido de negro.

Nos alimentamos con mentiras del mantel,
nos conformamos con los restos que quedan sobre la mesa
y mientras marchamos frente a hipócritas
las ciudades están hundidas en aceite.

Niños con ojos cansados
comiendo semillas de un tiempo pasado
nadando hacia el vacío
van manchando sus pecados.

Roban nuestras intenciones
en sueños de linterna
y tapándonos con maquillaje las cicatrices

permanecemos en silencio.  





FACUNDO

Por Patricia Castro

Eran las cuatro de la mañana y la niebla aún se podía divisar a través de la ventana del cuarto de Facundo. Él ya no soportaba estar en cama sin hacer nada, pues no era su costumbre. Y aunque se preguntó muy seriamente, para qué levantarse,  igual terminó dejándose llevar por el impulso de su cuerpo que le pedía movimiento.

Se sentó en la cama y empezó a estirarse de una manera muy lenta como esperando que las manecillas del reloj se comieran el tiempo sutilmente. Pero no fue así, y al transcurrir apenas diez minutos se levantó, atravesó un cuarto grande, vacío, descuidado y con rastros de historia; luego cruzó la sala que por décadas había sido el lugar de las reuniones familiares. Al otro lado del cuarto encontró una puerta blanca y oxidada; la abrió y el nuevo umbral lo condujo a un patio extenso que estaba deshecho; no se detuvo; su trayecto finalizó en el baño ubicado a mano izquierda y que también tenía rastros de haber sido la cuna de sus antepasados.

Luego, el hombre comenzó a recorrer casi los mismos pasos hasta llegar a la habitación, pero antes de entrar en el recinto, logró ver a su esposa que estaba sentada en la cama. Ella lo miró con un gesto de desesperación y se fue hasta la cocina.

Facundo decidió vestirse con su pantalón remendado en la bota izquierda; se  puso su ruana vieja, sus botas llenas de excremento y su sombrero lleno de pelos; se vistió con los mismos chiros de siempre, esos que fueron testigos de su sudor corriendo por la frente, de sus manos llenas de callos, de su trabajo. Entonces decidió dar un paseo por lo que quedaba de su finca; al comenzar su camino se dio cuenta de que el reloj que había estado en las manos de por lo menos dos generaciones, se detuvo. Pensó en la pila, en el mecanismo que lo hacía funcionar y lo asoció con su vida; luego entendió que el reloj era su última reliquia.

Caminó hasta el último rincón de la finca, pero como cada paso no es en vano, uno a uno le aumentó las cargas que tenía en la espalda... Decidió llevar a cabo una idea que se le había ocurrido desde hacía meses, y que aunque le daba extrañas esperanzas, le molestaba aún más. Caminó de regreso hasta su casa pues necesitaba el reloj.

Se despidió de su familia; tomó el reloj con una mano y en la otra un costal; iba aprisa. La esposa vio cómo se alejaba Facundo rápidamente; aquel hombre caminaba con pasos muy largos, pensaba en los sitios en dónde iría a empeñar el reloj; era una manera de no pensar en lo que dejaba. Decidió hablar con su compadre; entendió que el dinero que le ofrecía no era mucho pero sabía que no podía rechazar la oferta. Desde allí al paradero de buses; caminaba aprisa, debía llegar temprano.

No duró mucho el viaje, Facundo ya estaba en la ciudad que le dio la bienvenida con un poco de humo y de confusión; era como si al tiempo se lo estuvieran llevando furiosas clepsidras, como si cada segundo sin hacer nada fuera un recuerdo de lo que acababa de dejar.   

En la ciudad, Facundo vio que las personas parecían máquinas; ¡Caminaban tan rápido! Algunos andaban como si hubiese en su interior un punto fijo que los obligara a andar, a temer la inmovilidad. ¿Y si tropezaran? Preguntó Facundo. En ese momento se detuvo el autobús y vio su reflejo en una vitrina grande. Entonces comenzó a crear una imagen de él, a horrorizarse con la idea posible de volverse igual o peor.

El tiempo trascurrió rápido y la desesperación se apoderó de Facundo. Llevaba más de tres meses sin trabajo. El dinero del reloj se agotó pronto.

Un día, a eso de las siete de la noche y ya habiendo terminado  su extensa caminata diaria, se dirigió a la pensión donde se hospedaba. Caminó por calles desoladas y frías cuando comenzó a recordar. Las palabras se deslizaron con mucho cuidado y formaron la voz de sus antepasados; con lágrimas en los ojos se acordó de los rostros, de los relatos; alguien los dictaba; una forma de calmar ciertas alarmas de rebeldía que se le ocurrían a veces. No es que quien dirigía esas voces tuviera cargo de conciencia; solo contaba su infancia para mantener a Facundo a raya.

Facundo se detuvo para acomodarse la ruana, primero un poco hacia la derecha, pero luego un poco más hacia la izquierda. En ese costado todo pareció cobrar vida nuevamente. Quiso coger la indiferencia entre sus dedos, deshacerla, tirarla a los pies de aquellos judas, pero no tuvo tiempo; esos brotes de humanidad no se podían permitir… entonces la indiferencia se volvió contra él y lo mató el silencio.



ENTRE EL MURAL Y LA PARED



Minicuento del Maestro Guillermo Velásquez Forero

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