domingo, 17 de agosto de 2014

EL DIARIO DE UNA ABUELA


Por  Duban Andrés Cuspoca Pinzón

Cuando una persona llega a la tercera edad, el Estado tiene la obligación de reconocer y hacer cumplir los derechos establecidos en las legislaciones y así mejorar sus condiciones de vida. Hay una ley que le da beneficios al adulto mayor (Ley 1171 de 2007); esta ley tiene por objeto conceder a las personas mayores de 62 años beneficios para garantizar sus derechos a la educación, a la recreación, a la salud y propiciar un mejoramiento en sus condiciones generales de vida, los cuales son muy significativos: “Podrán acceder a los beneficios consagrados en esta ley los colombianos o extranjeros residentes en Colombia. También gozarán de un descuento del 50% en la boletería para espectáculos públicos, culturales, deportivos, artísticos y recreacionales que se celebren en escenarios que pertenezcan a la NACIÓN O A LAS ENTIDADES TERRITORIALES”.

En Colombia hay amparos para el adulto mayor pero muy pocos los conocen. En las busetas hay tarifas preferenciales para el adulto mayor, pero en las busetas solo hay sillas especificas para ancianos y discapacitados.

Otro caso es el de las “súper filas” que tienen que hacer cada uno de ellos para reclamar su pensión; tienen que mendigar durante muchas horas un salario al que tienen derecho desde hace muchos años. Lo más lamentable es que hay personas sin escrúpulos que en esos días los atracan sin pensar que sufren más esperando que les paguen a que llegue alguien sin oficio y se lo quite sin problemas. Además se sabe que la seguridad de los adultos mayores es pertinencia del Estado y la sociedad. 
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Es preocupante que la conciencia del cuidado de los adultos mayores no esté inmersa en la ciudadanía; hay casos de accidentes por la falta de conciencia de algunos conductores en la que por la velocidad y muchos abuelos se caen por impactos bruscos o la impaciencia a la hora que deben desocupar la buseta.

Estamos en un país donde  “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley”, donde cada una de las personas tiene que recibir la misma protección y el mejor trato de las autoridades, tener oportunidades sin ninguna discriminación de sexo, raza, religión o descendencia. El Estado tiene la obligación de proteger especialmente a esas personas que por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad. Al Estado le corresponde organizar, dirigir y asegurase de que el servicio de salud para todos los habitantes este funcionando correctamente.  Sin embargo a pesar de lo dicho, mi abuela tuvo que esperar a cumplir los sesenta años para salir a recoger cartón a la calle. Mi abuela es una mujer de la tercera edad que día tras día ha tenido que luchar para mantenerse. Esta mujer se llama Clara Gómez y es mi abuelita. Para mí ella ha sido una mujer ejemplar dentro de esta sociedad que descuida a las personas de la tercera edad.

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Antes de que salga el sol, doña Clara es separada de sus sueños por la alarma del celular; este sonido le avisa que su rutina está por comenzar; tal vez durmiendo y soñando se escapa del mundo; entonces las cobijas caen al piso y la silueta de esta mujer de baja estatura, que ha tenido que sudarla día tras día para ganarse su sustento diario, que a veces ha sido niñera de sus nietos porque sus hijas están trabajando, que está casada pero que no sabe dónde está su marido, se arregla, desayuna y se prepara para salir a barrer el frente de un almacén de la ciudad.  Luego de esta labor, se regresa a su casa y se prepara para su otro trabajo cotidiano; se trata de recoger cartón en las calles; debo decir que a esta edad no consigue trabajo en ninguna parte y que por lo tanto esta es la única opción que tiene. Ella ya tiene sus recorridos fijos y tarda todo el día en recoger el cartón; al finalizar el día lo lleva a  la chatarrería o dependiendo del horario lo tiene que guardar en el lugar donde vive.

Ella con sus manos arrugadas, delicadas y temblando, le pide a Dios que le ayude a sobrevivir un día mas de vida, que le dé cada día más fuerzas para poder llevar el cartón de esquina a esquina, de cuadra a cuadra y de la calle a la chatarrería.  Ella para no tener que cargar el cartón en sus hombros por toda la ciudad, mandó a hacer una zorra donde pone encima todo su cartón. Ella empieza su recorrido desde el barrio San José, de allí pasa al terminal y después llega hasta la avenida de Las Américas, después baja hasta el hospital para regresar al San José. Después de ese largo viaje, ella llega a su casa a descansar y espera hasta el otro día para volver a escuchar el sonido de la alarma que le avisa la misma rutina para el nuevo día.

Mi abuela inició sus estudios a los cinco años en la Escuela Concentración El Carmen, pero sólo completo hasta quinto de primaria. Ella nació el 3 de abril de 1950 en Duitama. Vivió con su mamá porque su padre murió cuando ella era muy bebé. Ella compartió su niñez con cuatro hermanos pero uno de ellos se murió cuando tenía cuarenta y nueve años. Mi abuela tuvo que sufrir también la pérdida de un hijo y de un nieto con síndrome de Down.  La madre de mi abuela tuvo que trabajar lavando ropa en casas de desconocidos y a veces de amigos para poder sostener a sus cinco hijos que tenía.  Mi abuela tuvo que empezar a trabajar recogiendo su cartón a los sesenta años; al principio le daba un poco de pena que sus “amigas” la vieran recogiendo cartón pero después se dio cuenta que ellas no le iban a ayudar con los gastos diarios. Ella empezó recogiendo simples cajitas que no pesaban ni un kilo, y ahora recoge cartones de diez kilos para arriba.

El trabajo que ahora ejerce mi abuela es una obligación ya que le toca para sobrevivir día a día; no puede hacer nada más y no recibe ninguna pensión. Mi abuela a veces tiene que lidiar con problemas que ni siquiera son de ella, a veces sufre buscando un lugar donde dormir y un lugar donde guardar su cartón.  Mi abuela en la calle no siempre la tratan bien, hay personas que le gritan y hay veces intentan golpearla. Ella siempre que va llevando su cartón en la zorra, forma un trancón, el cual da inicio a muchos insultos y más contaminación auditiva con los pitos de los carros. Ahora a mi abuela la situación se le puso más grave porque hay personas que no valoran el esfuerzo de estar cargando de un lado a otro y de estar peleando con los demás recicladores por una caja de cartón y son capaces de pagarles a 50 pesos cada kilo.
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Mi abuela prefiere estar en la calle reciclando que estar en la casa sin hacer nada; prefiere andar de arriba para abajo recogiendo cartón que estar esperando a que le reciban y le acepten un pedido para dinero de la tercera edad, y prefiere estar contando el dinero de su esfuerzo que estar escuchando noticias que en su mayoría tienen más ficción que realidad.  

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