Por Duban Andrés Cuspoca Pinzón
Cuando una persona llega a la tercera edad, el
Estado tiene la obligación de reconocer y hacer cumplir los derechos
establecidos en las legislaciones y así mejorar sus condiciones de vida. Hay
una ley que le da beneficios al adulto mayor (Ley 1171 de 2007); esta ley tiene
por objeto conceder a las personas mayores de 62 años beneficios para
garantizar sus derechos a la educación, a la recreación, a la salud y propiciar
un mejoramiento en sus condiciones generales de vida, los cuales son muy
significativos: “Podrán acceder a los beneficios consagrados
en esta ley los colombianos o extranjeros residentes en Colombia. También
gozarán de un descuento del 50% en la boletería para espectáculos públicos, culturales,
deportivos, artísticos y recreacionales que se celebren en escenarios que
pertenezcan a la NACIÓN O A LAS ENTIDADES TERRITORIALES”.
En Colombia hay amparos para el adulto mayor
pero muy pocos los conocen. En las busetas hay tarifas preferenciales para el
adulto mayor, pero en las busetas solo hay sillas especificas para ancianos y
discapacitados.
Otro caso es el de las “súper filas” que
tienen que hacer cada uno de ellos para reclamar su pensión; tienen que
mendigar durante muchas horas un salario al que tienen derecho desde hace
muchos años. Lo más lamentable es que hay personas sin escrúpulos que en esos
días los atracan sin pensar que sufren más esperando que les paguen a que
llegue alguien sin oficio y se lo quite sin problemas. Además se sabe que la
seguridad de los adultos mayores es pertinencia del Estado y la sociedad.
Es preocupante que la conciencia del cuidado
de los adultos mayores no esté inmersa en la ciudadanía; hay casos de
accidentes por la falta de conciencia de algunos conductores en la que por la
velocidad y muchos abuelos se caen por impactos bruscos o la impaciencia a la
hora que deben desocupar la buseta.
Estamos en un país donde “Todas las personas nacen libres e iguales
ante la ley”, donde cada una de las personas tiene que recibir la misma
protección y el mejor trato de las autoridades, tener oportunidades sin ninguna
discriminación de sexo, raza, religión o descendencia. El Estado tiene la
obligación de proteger especialmente a esas personas que por su condición económica,
física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad. Al Estado le
corresponde organizar, dirigir y asegurase de que el servicio de salud para
todos los habitantes este funcionando correctamente. Sin embargo a pesar de lo dicho, mi abuela tuvo
que esperar a cumplir los sesenta años para salir a recoger cartón a la calle.
Mi abuela es una mujer de la tercera edad que día tras día ha tenido que luchar
para mantenerse. Esta mujer se llama Clara Gómez y es mi abuelita. Para mí ella
ha sido una mujer ejemplar dentro de esta sociedad que descuida a las personas
de la tercera edad.
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Ella con sus manos arrugadas, delicadas y temblando,
le pide a Dios que le ayude a sobrevivir un día mas de vida, que le dé cada día
más fuerzas para poder llevar el cartón de esquina a esquina, de cuadra a
cuadra y de la calle a la chatarrería. Ella para no tener que cargar el cartón en sus
hombros por toda la ciudad, mandó a hacer una zorra donde pone encima todo su cartón.
Ella empieza su recorrido desde el barrio San José, de allí pasa al terminal y
después llega hasta la avenida de Las Américas, después baja hasta el hospital
para regresar al San José. Después de ese largo viaje, ella llega a su
casa a descansar y espera hasta el otro día para volver a escuchar el sonido de
la alarma que le avisa la misma rutina para el nuevo día.
Mi abuela inició sus estudios a los cinco años
en la Escuela Concentración El Carmen, pero sólo completo hasta quinto de
primaria. Ella nació el 3 de abril de 1950 en Duitama. Vivió con su mamá porque
su padre murió cuando ella era muy bebé. Ella compartió su niñez con cuatro
hermanos pero uno de ellos se murió cuando tenía cuarenta y nueve años. Mi
abuela tuvo que sufrir también la pérdida de un hijo y de un nieto con síndrome
de Down. La madre de mi abuela tuvo que trabajar
lavando ropa en casas de desconocidos y a veces de amigos para poder sostener a
sus cinco hijos que tenía. Mi abuela tuvo que empezar a trabajar recogiendo
su cartón a los sesenta años; al principio le daba un poco de pena que sus
“amigas” la vieran recogiendo cartón pero después se dio cuenta que ellas no le
iban a ayudar con los gastos diarios. Ella empezó recogiendo simples cajitas
que no pesaban ni un kilo, y ahora recoge cartones de diez kilos para arriba.
El trabajo que ahora ejerce mi abuela es una
obligación ya que le toca para sobrevivir día a día; no puede hacer nada más y
no recibe ninguna pensión. Mi abuela a veces tiene que lidiar con problemas que
ni siquiera son de ella, a veces sufre buscando un lugar donde dormir y un
lugar donde guardar su cartón. Mi abuela en la calle no siempre la tratan
bien, hay personas que le gritan y hay veces intentan golpearla. Ella siempre
que va llevando su cartón en la zorra, forma un trancón, el cual da inicio a
muchos insultos y más contaminación auditiva con los pitos de los carros. Ahora a mi abuela la situación se le puso más
grave porque hay personas que no valoran el esfuerzo de estar cargando de un
lado a otro y de estar peleando con los demás recicladores por una caja de
cartón y son capaces de pagarles a 50 pesos cada kilo.
Mi
abuela prefiere estar en la calle reciclando que estar en la casa sin hacer
nada; prefiere andar de arriba para abajo recogiendo cartón que estar esperando
a que le reciban y le acepten un pedido para dinero de la tercera edad, y
prefiere estar contando el dinero de su esfuerzo que estar escuchando noticias
que en su mayoría tienen más ficción que realidad.
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