jueves, 12 de febrero de 2015

ESCOMBROS DE UNA GUERRA SIN FIN


                                Por Ángela Marcela Cuyamón Amaya


“La guerra es el arte de destruir a los hombres; la política es el arte de engañarlos”

Parménides de Elea

“La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen; para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran”

Paul Valéry


Una visita de unas cuantas horas, un corto viaje al pueblo que me vio crecer. Pensar  y recordar cuántas cosas ha tenido que vivir esta población sumergida entre montañas negras.  Socha es un pequeño pueblo situado en el nororiente del departamento de Boyacá; a dos horas de Duitama y a tres horas de la capital del departamento.  Con una población de 7.364 habitantes de los cuales el 20% son analfabetas o cuentan con un grado de escolaridad mínima.  Su economía está basada en la minería aunque en la actualidad debido a la recesión económica y la baja que tuvo el costo del carbón tanto a nivel nacional como internacional,  empresas tales como London Mining, multinacional de origen Polaco, ha tenido que reducir la planta de personal al mínimo, dejando a gran parte de la población desempleada. 

La población se caracteriza por ser de gente trabajadora, honesta, hospitalaria y muy creyente; ellos piensan que gracias a eso es que Dios los ha librado y los ha ayudado durante los atentados terroristas de las FARC que esta población ha tenido que afrontar.

Para la realización de mi trabajo hice alrededor de quince entrevistas entre familiares y vecinos de la estación de policía, con la intención de rememorar el atentado terrorista del 31 de julio del 2003 por parte del frente 28 de las FARC; acto que aunque no dejó muertos si dejó heridos y una marca de horror que hasta el momento no ha sido totalmente superada.

Aunque han pasado once años, los habitantes del sector y otras personas de la población no han olvidado totalmente esos momentos de zozobra; confían en que Dios siempre los seguirá protegiendo; esto teniendo en cuenta que la situación del país cada día va de mal en peor.

He estructurado mi proyecto por estaciones así:

Ø Recolección de Escombros

Jueves 31 de julio de 2003; en Colombia es presidente Álvaro Uribe Vélez; en Socha es un día normal para muchos; es una tarde soleada pero al pasar los minutos se convertirá en una oscura  y quizás interminable tarde.

  Primera Estación: Martha Isabel Abril recuerda aquel jueves como una tarde normal, tomaba café y escuchaba desde la casa el sonido de las campañas que anunciaba el inicio de la misa de las cinco de la tarde; su hija y su sobrina eran unas de las niñas que jugaban en la calle a las muñecas, las señoras subían hacia la iglesia, todo transcurría normal, decía. 
  
  María Eugenia Amaya Abril; prima y vecina (pues las casa de la familia Amaya Abril y Abril Joya están ubicadas en la misma cuadra una seguida de la otra) se encontraba en Duitama; alistaba a su hija par viajar a su pueblo después de una semana de descanso; al transcurrir dos horas de viaje, llegó a su pueblo hacia las cinco de la tarde con su hija de seis años. 

      Segunda Estación:   para María todo transcurría normal;  saludó a sus primas, preguntó por su hermano que trabajaba y aún trabaja en cerrajería; no recibió respuesta alguna del lugar en donde se encontraba; su hija estudiaba en un colegio de propiedad de otros familiares el cual estaba ubicado a la vuelta de la casa por lo que fue a preguntar las tareas que tenía pendiente la niña y saludar sin antes comentarle a sus primas que era hora de entrar a las niñas.

Inicia el calvario: Ya era tarde; alzó a su hija y se dirigió hacia el colegio; al llegar saludó a sus familiares y les expresó que no se demoraría pues uno de sus clientes, el abogado y ex personero municipal  Cesar Tulio Carvajal, no demoraba en llegar a su casa a trabajar en unos documentos que ella le estaba ayudando a redactar.

Se sentaron a tomar café y hablar un poco; su pequeña se dirigió hacia una de las ventanas mientras tanto; frente al colegio se encontraba una iglesia cristiana, a la niña le llamaba la atención ver cantar aquellos creyentes por lo que se quedó allí.

El reloj marcaba las seis y quince, era hora de irse pero al no haber terminado de revisar las tareas que su hija debería adelantar decidió quedarse un poco más, la niña abrió la ventana; el cielo ya se observaba algo oscuro; a los pocos minutos una gran explosión azotó aquel pueblo escuchándose el grito de la niña, y no solo sus gritos sino los gritos de dolor y desesperación de los que transitaban por las calles aledañas, pues aquel atentado terrorista dejaba demasiadas víctimas;  los techos caían, la gente corría, fuego y humo asechaban en centro de aquel pueblo.

En aquel momento María salió preocupada del colegio pues le inquietaba saber de la suerte de su hermano y de sus primas;  desesperación total pues al llegar a la esquina observó las casas prácticamente destruidas en su totalidad; entró a la casa de sus primas con la grata sorpresa de que a pesar de que el carro-bomba había detonado a pocos metros, todos sus familiares estaban ilesos… luego se enteró de que su hermano no se encontraba en casa.

Al volver a salir a la calle fue aterrador enterarse que uno de los heridos más graves había sido el cliente con el que trabajaría, pues él se dirigía en su vehículo a trabajar con María y precisamente en el momento en el que pasaba junto al carro-bomba detonó, causándole quemaduras en todo su cuerpo, especialmente en su rostro. 

En ese momento era imposible creer que sobreviviría; todo había colapsado y era casi imposible transportarlo hacia el Hospital de Duitama.

Las familias afectadas no solamente tuvieron que ver sus casas reducidas a escombros; también sus enseres. Hacia las 10 pm, comienza a llover. Atmósfera apropiada para que llegue la calma y se puedan mirar a las caras llenas de hollín. En sus lágrimas se reflejaban la impotencia, el dolor y la desesperación.

Mucha gente decidió irse hacia sus fincas para buscar algo de tranquilidad y refugio. María y su familia tuvieron que dormir aquella noche bajo los escombros y el frío inclemente; se escuchaban rezos y llantos; se podía percibir el terror; aún no salían de su impresión, pues la vida les había dado una mala sorpresa. No sabían cómo enfrentar lo que pasaba; los agobiaban el miedo y la desesperación.

Hoy, años después, más del cincuenta por ciento de las víctimas aún permanecen allí; asumen su pueblo como una tradición. Sus ancestros lo habían hecho así. Cuentan que aún tienen que soportar las llamadas “vacunas”  por parte de las FARC, con el fin de que los dejen trabajar. Soportan todo tipo de abusos, aunque ya con el pasar de los años se ha convertido en el pan de cada día. Ningún gobierno ha logrado hacer algo. Triste realidad frente a la que se resignan. Solo silencio e impunidad.

Junio de 2014,  Colombia está por elegir el nuevo presidente quien los gobernará y quizás arreglará la situación del país; en Socha esta clase de procesos dejó de tener importancia, pues así voten por el candidato de las mejores propuestas siempre quedan en el olvido; el destino es estar a merced de los bárbaros, y luego recoger escombros. Luego la tragedia, esa que significa aprender a vivir con esta guerra incesante e infinita.


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