Por Ángela Marcela Cuyamón Amaya
“La guerra es el
arte de destruir a los hombres; la política es el arte de engañarlos”
Parménides de Elea
“La guerra es una
masacre entre gentes que no se conocen; para provecho de gentes que si se
conocen pero que no se masacran”
Paul Valéry
Una visita de unas cuantas
horas, un corto viaje al pueblo que me vio crecer. Pensar y recordar cuántas cosas ha tenido que vivir
esta población sumergida entre montañas negras.
Socha es un pequeño pueblo situado en el nororiente del departamento de
Boyacá; a dos horas de Duitama y a tres horas de la capital del
departamento. Con una población de 7.364
habitantes de los cuales el 20% son analfabetas o cuentan con un grado de
escolaridad mínima. Su economía está
basada en la minería aunque en la actualidad debido a la recesión económica y
la baja que tuvo el costo del carbón tanto a nivel nacional como internacional, empresas tales como London Mining,
multinacional de origen Polaco, ha tenido que reducir la planta de personal al
mínimo, dejando a gran parte de la población desempleada.
La población se caracteriza por
ser de gente trabajadora, honesta, hospitalaria y muy creyente; ellos piensan
que gracias a eso es que Dios los ha librado y los ha ayudado durante los
atentados terroristas de las FARC que esta población ha tenido que afrontar.
Para la realización de mi
trabajo hice alrededor de quince entrevistas entre familiares y vecinos de la
estación de policía, con la intención de rememorar el atentado terrorista del
31 de julio del 2003 por parte del frente 28 de las FARC; acto que aunque no
dejó muertos si dejó heridos y una marca de horror que hasta el momento no ha
sido totalmente superada.
Aunque han pasado once años, los
habitantes del sector y otras personas de la población no han olvidado
totalmente esos momentos de zozobra; confían en que Dios siempre los seguirá
protegiendo; esto teniendo en cuenta que la situación del país cada día va de
mal en peor.
He estructurado mi proyecto por
estaciones así:
Ø Recolección de
Escombros
Jueves 31 de julio de 2003; en
Colombia es presidente Álvaro Uribe Vélez; en Socha es un día normal para muchos;
es una tarde soleada pero al pasar los minutos se convertirá en una oscura y quizás interminable tarde.
Primera Estación: Martha Isabel Abril recuerda aquel jueves como
una tarde normal, tomaba café y escuchaba desde la casa el sonido de las
campañas que anunciaba el inicio de la misa de las cinco de la tarde; su hija y
su sobrina eran unas de las niñas que jugaban en la calle a las muñecas, las
señoras subían hacia la iglesia, todo transcurría normal, decía.
María Eugenia Amaya Abril; prima y vecina (pues las casa de la familia
Amaya Abril y Abril Joya están ubicadas en la misma cuadra una seguida de la
otra) se encontraba en Duitama; alistaba a su hija par viajar a su pueblo
después de una semana de descanso; al transcurrir dos horas de viaje, llegó a
su pueblo hacia las cinco de la tarde con su hija de seis años.
Segunda
Estación: para María todo transcurría
normal; saludó a sus primas, preguntó
por su hermano que trabajaba y aún trabaja en cerrajería; no recibió respuesta
alguna del lugar en donde se encontraba; su hija estudiaba en un colegio de
propiedad de otros familiares el cual estaba ubicado a la vuelta de la casa por
lo que fue a preguntar las tareas que tenía pendiente la niña y saludar sin antes
comentarle a sus primas que era hora de entrar a las niñas.
Inicia el calvario: Ya era tarde; alzó a su hija y se dirigió hacia el colegio; al llegar
saludó a sus familiares y les expresó que no se demoraría pues uno de sus
clientes, el abogado y ex personero municipal
Cesar Tulio Carvajal, no demoraba en llegar a su casa a trabajar en unos
documentos que ella le estaba ayudando a redactar.
Se sentaron a tomar café y hablar un poco; su pequeña se dirigió hacia
una de las ventanas mientras tanto; frente al colegio se encontraba una iglesia
cristiana, a la niña le llamaba la atención ver cantar aquellos creyentes por
lo que se quedó allí.
El reloj marcaba las seis y quince, era hora de irse pero al no haber
terminado de revisar las tareas que su hija debería adelantar decidió quedarse
un poco más, la niña abrió la ventana; el cielo ya se observaba algo oscuro; a
los pocos minutos una gran explosión azotó aquel pueblo escuchándose el grito
de la niña, y no solo sus gritos sino los gritos de dolor y desesperación de
los que transitaban por las calles aledañas, pues aquel atentado terrorista dejaba
demasiadas víctimas; los techos caían,
la gente corría, fuego y humo asechaban en centro de aquel pueblo.
En aquel momento María salió preocupada del colegio pues le inquietaba
saber de la suerte de su hermano y de sus primas; desesperación total pues al llegar a la
esquina observó las casas prácticamente destruidas en su totalidad; entró a la
casa de sus primas con la grata sorpresa de que a pesar de que el carro-bomba
había detonado a pocos metros, todos sus familiares estaban ilesos… luego se
enteró de que su hermano no se encontraba en casa.
Al volver a salir a la calle fue aterrador enterarse que uno de los
heridos más graves había sido el cliente con el que trabajaría, pues él se
dirigía en su vehículo a trabajar con María y precisamente en el momento en el que
pasaba junto al carro-bomba detonó, causándole quemaduras en todo su cuerpo,
especialmente en su rostro.
En ese momento era imposible creer que sobreviviría; todo había
colapsado y era casi imposible transportarlo hacia el Hospital de Duitama.
Las familias afectadas no solamente tuvieron que ver sus casas reducidas
a escombros; también sus enseres. Hacia las 10 pm, comienza a llover. Atmósfera
apropiada para que llegue la calma y se puedan mirar a las caras llenas de
hollín. En sus lágrimas se reflejaban la impotencia, el dolor y la desesperación.
Mucha gente decidió irse hacia sus fincas para buscar algo de
tranquilidad y refugio. María y su familia tuvieron que dormir aquella noche
bajo los escombros y el frío inclemente; se escuchaban rezos y llantos; se
podía percibir el terror; aún no salían de su impresión, pues la vida les había
dado una mala sorpresa. No sabían cómo enfrentar lo que pasaba; los agobiaban
el miedo y la desesperación.
Hoy, años después, más del cincuenta por ciento de las víctimas aún
permanecen allí; asumen su pueblo como una tradición. Sus ancestros lo habían
hecho así. Cuentan que aún tienen que soportar las llamadas “vacunas” por parte de las FARC, con el fin de que los
dejen trabajar. Soportan todo tipo de abusos, aunque ya con el pasar de los
años se ha convertido en el pan de cada día. Ningún gobierno ha logrado hacer
algo. Triste realidad frente a la que se resignan. Solo silencio e impunidad.
Junio de 2014, Colombia está por
elegir el nuevo presidente quien los gobernará y quizás arreglará la situación
del país; en Socha esta clase de procesos dejó de tener importancia, pues así
voten por el candidato de las mejores propuestas siempre quedan en el olvido; el
destino es estar a merced de los bárbaros, y luego recoger escombros. Luego la
tragedia, esa que significa aprender a vivir con esta guerra incesante e
infinita.
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