Por Jeniffer Triana
Caminando
por las calles de Otanche- Boyacá, sus
veredas y pueblos aledaños; disfrutando de su clima, su gente, sus paisajes y
admirando el esfuerzo y amor con que trabajan muchos habitantes en las minas de esmeralda -incluyendo aquí a
miembros de mi familia-, me di cuenta de que el aire que se respira allí no es
totalmente de paz; sentí que en estos lugares había sucedido algo que provenía del
dolor, del rencor y de la ambición;
estuve allí en el lugar donde hace casi
21 años la esmeralda era causa de esclavitud y muertes; en ese entonces reinaba
el dinero por encima de la conciencia.
Escribir
es una travesía y a través de este relato contaré una historia que ha cambiado
mi forma de ver el mundo; me he encontrado con algunos personajes y estoy
segura de que ellos vivieron cosas terribles en este rincón de Boyacá; uno
de estos personajes es alias “El Burro”, uno de tantos hombres a quienes en
este sitio, el dinero y la esmeralda les quitó el corazón, y en cambio les puso un balde de lodo; tuvo
mucho dinero, estuvo bajo el mando de
grandes e importantes ‘’patrones’’ en los tiempos en que la esmeralda
tuvo su apogeo; era la década de los 90, patrones como el ya fallecido Víctor
Carranza o Pedro Orejas que eran muy importantes en esta región; pero hay
quienes dicen que alias ‘’Burro’’ aparenta
ser un hombre noble sufrido como muchos campesinos, pero que en realidad es un
hombre frío y ambicioso; en sus ojos se ve su crueldad , hoy en día su silencio
dice más que las palabras… y solo voy a agregar que fue uno de los
sobrevivientes de la guerra de la esmeralda.
En
este rincón de Boyacá se ve lo bueno y lo malo; su húmeda y verde naturaleza refleja la humildad de su gente y
maquilla un pasado tenebroso, aunque por sus calles corrió sangre de inocentes que se esclavizaron por
la belleza y riqueza de una esmeralda; en este lugar se limpió con lágrimas el
rojo de la sangre fresca que derramaron los amantes de la lujuria y el dinero;
cada gota de agua cuenta un guión distinto de esta novela de terror grabada en
las montañas.
Fotografía de diario de campo. Jeniffer Triana. |
Bajo el cielo de este municipio encontré a
tres personas de distintas edades, con vidas diferentes que tienen en común esta
guerra, un conflicto que acabó con muchos niños soñadores, con madres, padres,
y que dejó muchas historias intrigantes con crueles moralejas; sin embargo el balance
es que mató muchos, se sufrió mucho, enriqueció a algunos pero que en realidad ha
dejado poco.
En medio de tantas imágenes crueles e
inimaginables, llegué a casa de Nidia Espitia; tiene treinta años; es una mujer
hermosa y valiosa, tiene una pequeña familia estable, tres hijos y su esposo
Oscar; viven en Calamaco Bajo, una
vereda ubicada a 3 km de Santa Bárbara, un pueblo aledaño a Otanche; ellos tienen
con su esposo un mini mercado; su familia es una de las muchas que han vivido
los cambios sociales y económicos del occidente de Boyacá. Jazmín es humilde y
luchadora , también trabaja en un plan de gobierno llamado creciendo a pasitos y su mini mercado lo atiende una de sus amigas;
no me contó mucho pero lo que sí es
seguro, es que ella fue una mujer víctima de abusos terribles, que comprueban
que el hombre es una bestia incontrolable y que la mujer en territorio de
guerra no es más que un objeto o incluso un animal; ella lo menos que quiere es
recordar esa amarga época en la que su
vida se volvió un libro de recuerdos amargos; opina que esa guerra fue el
inicio de la decadencia económica y social de la ‘’mina’’; el inicio de una
cadena de rencor y deudas pendientes que
muchos no han superado como ella. La relativa paz ha permitido que la “mina” brinde
progreso y que sea segura; son humildes pero felices; ahora la esmeralda es sólo
un complemento económico.
Don Juan Gómez es un hombre de 80 años,
simpático, fue minero, escolta (pájaro) y capataz, actualmente es dueño de una
pequeña finca donde siembra pitaya, yuca, cacao y plátano; es un anciano
reservado, también víctima de maltratos por parte de sus patrones; nunca tuvo
libertad de decidir lo que quería hacer con su vida; es de Cajamarca-Tolima y vive
en Otanche desde sus 20 años; tuvo que salir con su familia de ahí porque a su
hijo menor lo mataron por ambicioso, se fue a vivir a Chiquinquirá. Sostiene que los jóvenes estamos
en la gloria, que somos afortunados de no haber vivido esa guerra; describe los
caminos de herradura llenos de muertos en caballos guiados por la muerte. De la
guerra no dice más que fue un momento de su vida que no quisiera haber vivido.
Fotografía de diario de campo. Jeniffer Triana. |
La
señora María Torres, tiene cuarenta años, es alegre y descompilada; atiende una
tienda en La Loma; ha luchado la mayor parte de su vida sola y con cuatro hijos
cargando en su memoria la imagen de su mejor amigo degollado frente a ella;
lleva marcado su cuerpo por hombres sin conciencia que robaron su niñez y su
inocencia; es una guerrera que sonríe sin importar lo que pase, siempre con una
mentalidad positiva frente a todo; considera que la guerra fue algo demasiado doloroso
para ella y su familia.
Muchas
personas se creían los reyes y dueños de todo, entraban y salían de donde
querían, usaban a las mujeres como se usan los platos desechables.
Agrega
que vivió en Duitama cuando era muy pequeña consideraba que era el cielo a
comparación del Otanche donde conoció el infierno y que el mayor error de sus padres fue ir detrás de una ilusión económica
de la esmeralda.
A
veces la historia debe ser contada para poder superar el pasado; agradezco a las personas que conversaron conmigo;
debo decir que es una región en la que a veces se niegan a hablar de su pasado.
Espero que mediante este escrito muchos de ustedes, piensen que vale más lo
poco que tenemos con amor que lo mucho que alcanzamos por ambición y que es
bueno lo que se consigue sin hacerle daño a nadie.
Por último quiero agregar que sería triste si se vuelve a desatar la guerra
pues con el atentado que le hicieron a Pedro Orejas (http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-1317619z)
empezó de nuevo de ceros el deseo de venganza y la obsesión por el dinero;
empezaron inocentes a pagar por la demencia de estos asesinos; tal vez lo que
dejó el Zar de las esmeraldas es mucho, o es importante para muchos pero por
ello no es justo que niños y jóvenes o ancianos, mujeres o incluso hombres paguen
y sean víctimas de cosas tan atroces; eso es vergonzoso.
Podemos
estar seguros de que lo que va a pasar si de nuevo decenas de inocentes se
esclavizan y mueren por defender su tierra, por tener dinero o fama: la mina
será rica de nuevo y empezará la nueva guerra de la esmeralda.
¿Por
qué? Sencillo, porque ha sucedido antes. El apogeo de la esmeralda es la
guerra. Parece ser que esta piedra de millones de pesos que sacia el hambre de
muchos, necesita sangre y maldad, para cumplir el objetivo de un pueblo o de
una persona con poder.
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