Por
Patricia Castro Fuentes
Son las sietes de la
noche en la cuidad de Duitama y nos encontramos por los lados del terminal; las calles parecen ríos de transeúntes; yo
voy al lado de una señora trigueña, cabello negro, y metro y medio de estatura
que viste tenis blancos, jeans oscuros, saco negro remangado hasta los codos,
una cachucha roja; lleva con ella un carro de frutas cogido por su mano
derecha… atravesamos la ciudad casi invisibles.
La noche ya se había
tomado la cuidad y yo iba a su lado; ella tenía los labios secos por el frío, y
ahí comenzó a contarme su historia: -Yo me llamo Nancy Polanía, nací el 22 de
marzo de 1964 en Villavicencio, mi infancia como ya le había dicho en
conversaciones anteriores no fue nada
fácil; para 1971 nos vinimos para Duitama con mi madre Elena Cabiedes (yo tenía
5 años); me tocó duro porque por un lado ella no tenía medios para alimentarme
y por el otro mi padre nos abandonó, así que me tocó trabajar de empleada de
servicio desde muy pequeña para que mis jefes solo me dieran la comida, porque
mi “analfabetismo” no me permitía reclamar mis derechos, y la gente abusaba de
ello para hacerme trabajar sin pago; ahora comprendo por medio de la palabra de
Dios y de muchos hechos alrededor del mundo que me duelen, que el trabajo para
los niños es algo inhumano y que es aún más triste ver hasta los límites que
tienen que llegar por la desprotección que les da el gobierno.
La observé con mucho
cuidado y hubo algo que me llamó la atención, eran sus manos indescriptibles,
se veían llenas de coraje, de las marcas que solo pueden dejar el trabajo y el
sufrimiento. Ahora entramos a un negocio; la señora Nancy
saluda a su cliente con algo de monotonía y costumbre; el tiempo que lleva en
esto ha hecho que algunas de las personas a las que le vende sus productos
diarios, le tomen cariño y confianza; en medio de una charla corta Nancy le
cuenta a su clienta alguna de sus dificultades durante el día, y después, la
señora decide comprarle una bolsa de limones; se despiden, y salimos otra vez a
esa calle fría e inundada; entonces seguimos nuestro camino porque aunque ya
habíamos recorrido varias cuadras, todavía nos faltaban más para terminar la
ruta que ella había planeado para ese día.
Luego entramos a otro almacén,
pero el saludo no fue el mismo que el anterior; se sintió en aquel lugar un
cruce de miradas de conmiseración, esas que hacen que un ser humano se sienta
disminuido e inferior, pero Nancy no dijo nada y antes de que me diera cuenta,
ella ya había salido del lugar porque el señor no le quiso comprar nada.
Caminamos en silencio,
el suceso se había llevado las palabras y yo solo encontraba más razones para
hacer de la vida de ella algo para resaltar; me parecía tan injusto todo; pero
después de cómo tres cuadras ella decide romper el silencio y seguir el relato;
sus labios se abrieron para contarme su
historia: - Mi adolescencia fue igual, yo vivía con mi madre y más o menos para 1986, conocí a Alirio
quien se convirtió en mi esposo, pero él no me trataba bien; al año de haberlo
conocido y ya estando casada, quedé embarazada; pasaron los meses y mi hijo
estaba creciendo en mi vientre. Debido al esfuerzo que implicaba mi trabajo,
tuve varias complicaciones que no fueron atendidas con la importancia necesaria,
y al pasar el tiempo llegó la hora en que nació mi bebé; fue algo que me trajo
mucha felicidad pero lastimosamente a los veinte días se me murió por una
enfermedad que se llama hidrocefalia (que es cuando al bebé le crece más la
cabeza que todo el cuerpo).
Con lágrimas en los
ojos me dijo que la enfermedad de su hijo era grave y que las medicinas
seguramente serían costosas pero que eso no le importaría claro si estuviera
vivo porque ella hubiera hecho todo lo posible; comprendí que no hay sentimiento más puro que ese amor de madre.
Duraron nueve años de
casados con Alirio; los sentimientos de Nancy no habían cambiado aunque él fue una persona muy injusta con
ella; la situación no mejoraba así que
para 1995 ella decide separarse del esposo porque le había sido infiel; lo dejó
y se fue a vivir con su madre, quien murió en el 2009; ella era un apoyo
incondicional, porque aunque no pudiera trabajar era su mejor compañía; ahora
se quedaba sola y el recuerdo de esas personas que son tan importantes le
generaban ganas de seguir adelante.
Por situaciones
económicas a veces deja la venta de frutas para salir a vender tintos, pero no
le va muy bien debido a que muchas personas buscan en la venta de tintos el
sustento diario y además los clientes la buscan es por las frutas. Ya habíamos terminado
el recorrido, ella iría a descansar, no le había ido muy bien pero afirma que a
veces le ha ido peor; con una sonrisa en la cara me dice que tuvimos suerte de
que no lloviera y luego nos despedimos; ella termina por hoy, pero todavía esto
va a tener que repetirse para que ella no se muera de hambre; pienso que se
trata de una de esas mujeres que va a luchar hasta el final, hasta que sus
fuerzas se agoten.
Ella está intentando
validar noveno en el colegio La Nueva Familia; ella cree mucho en Dios, por eso
es una servidora en la renovación Carismática Católica de Boyacá, ministra de
la comunión en la parroquia de la Misericordia y pertenece a la Escuela de Misioneros Juan Pablo II, la
cual se encarga de que las personas que quieran colaborar vayan a diferentes partes
de Colombia a evangelizar; por lo menos ella cuenta que ha ido con mucho
esfuerzo a paz de Ariporo, Paya, Labranza Grande, Pisba, Miraflores, Cali, Tuta
entre otros, y aunque esto signifique pérdida para ella en el trabajo, no le
importa porque cree en su ayuda para que la gente conozca la palabra de Dios.
Sólo queda decir que el
apoyo del estado para que ella consiga una casa sería una muestra de que al
gobierno si le importan los pobres; a que ella le toca vivir en inquilinatos y
sus ingresos son pocos y le alcanzan solo para lo necesario; no puede ahorrar,
entonces pensando en un futuro imagino que vivirá de la llamada limosa que por
pesar le den. El látigo de la limosna. Las personas deberían tener garantías
para su vejez pero como eso solo funciona para los que tienen dinero, pues a
ella le tocara seguir conformándose con las migajas del sistema.
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