jueves, 19 de marzo de 2015

EL ABUELO Y YO


Por Diana Camila  Roldán.
U.P.T.C

 “Si se ve fuego en los ojos de los jóvenes, en los ojos de los  viejos se ve luz”.

Víctor Hugo.

“Espero morir como he vivido, respetándome a mí
 mismo como condición para respetar a los demás
 y sin perder la idea de que el mundo debe
ser otro y no esta cosa infame”

José Saramago.

“La muerte no llega con la vejez sino con el olvido”

 Gabriel García Márquez.


Para nuestra sociedad la vejez es  causa de vergüenza, sinónimo de conflictos. El valor de cada individuo es determinado por su capacidad productiva o los bienes que posea. Reemplazamos los buenos valores y las buenas costumbres por una conducta individualista, consumista, narcisista e incluso banal. Dejando en el olvido a aquellos que no tienen voz, mostramos nuestra cara más fría he indiferente frente a quienes sufren o nos necesitan.

Carmenza Torres, nacida según recuerda en el año de 1926, madre de 4 hijos, es el vivo reflejo de lo dura que puede ser la vida; su memoria no le permite olvidar las últimas palabras de su padre “Esté  tranquila, Dios es buenos y le va a recompensar, todo lo que hizo por su mamita y por Mí”.

El dolor y la tristeza inundan sus ojos y le entrecortan la voz; seguramente de pensar que Dios no existe, y que si existe entonces en ocasiones se olvida de ella; porque siendo ella tan buena y luchadora durante su vida, ahora está condenada a estar sola  y a pedir limosna mientras que otras personas sin mayor esfuerzo y mérito, lo tienen todo ¿Acaso doña Carmenza no merece vivir sus últimos años serena y dignamente? Ya hizo todo lo que pudo por sus padres, sus hijos e incluso sus nietos ¿No merece un reconocimiento toda su labor?

Ser un adulto mayor es quizá una de las mayores proezas que el hombre puede alcanzar; no cualquiera alcanza esta cima; antes tienen que librarse millones de batallas en  contra del tiempo, el destino y las enfermedades; por eso es que nuestros viejos son sinónimo de espiritualidad, fuerza y  sabiduría.

Según la organización mundial de la salud, la vejez es una etapa del desarrollo humano que inicia a los 60 años y que termina en el momento en el que la persona fallece; se caracteriza por ser un periodo de grandes cambios en todas las áreas del funcionamiento del individuo. El progresivo deterioro ocasionado por el proceso de envejecimiento no le permite a los ancianos estar en condiciones de competir con una persona joven; pero en ellos puede fácilmente existir un tipo diferente de competitividad y producción; esta desvinculación se da no porque el abuelo ya no sea capaz de desarrollar ninguna actividad, sino por los estereotipos y prejuicios que en la sociedad existen.

Parece que desconociéramos que en la mejor de las suertes nosotros también llegaremos a esa edad; es tan fácil como preguntarse ¿Qué me gustaría a mí para mi vejez? La respuesta a esta pregunta sería seguramente,  lo mismo que nuestros ancianos merecen, la recompensa por su esfuerzo, el agradecimiento por el mejor de los regalos “la vida”, el bien más preciado que cualquier ser humano pueda tener.

Y es que hoy en día cuanto más alto sea tu estatus, tanto más poder tengas en tus relaciones con los demás, que dependerá de la cantidad de recursos valiosos que estén a tu disposición, más atención te darán, pero tan pronto desaparezca la esperanza de los demás de obtener beneficio neto en la interacción contigo, cesará tal interés y desaparecerá tu poder social. Y cómo no, si nos encontramos inmersos en una sociedad de consumo y por ende la valía del ser humano se establece en base a lo que se produce.

Interesante el hecho de que sea en las culturas denominadas primitivas, en las que el respeto por las costumbres y los valores son la prioridad del pueblo; en ellas el adulto mayor  tiene un papel de gran importancia pues es fuente de sabiduría y memoria cultural; distinto totalmente de las culturas más civilizadas en donde  se ha  convirtiendo la vejez en una condición vergonzosa para el individuo que la vive.

En las culturas primitivas, la longevidad de las personas es motivo de orgullo,  por cuanto son los guardianes del saber y la memoria que los  conecta con sus antepasados. Muchos de ellos se constituyen en verdaderos intermediarios entre el presente y el más allá. No es entonces ajeno el hecho de que los brujos y chamanes sean personas mayores que a través de la sabiduría que otorgan los años ejerzan  labores de sanación, de jueces y de educadores.

Hace  4 años que Carmencita sufrió un accidente, al regresar de una cita médica, un conductor imprudente que iba a gran velocidad, la atropelló dejándola prácticamente moribunda; esta abuelita sufrió múltiples fracturas en sus piernas, hombro y cadera; sin embargo la vida le dio la oportunidad de seguir viviendo; tal vez esto le permitió perdonar a su verdugo, tanto así que no levantó ningún cargo en su contra.

Ella sacó fuerzas desde lo más profundo de su ser  para recuperarse; hoy en día se puede mover con la ayuda de un caminador; “es difícil”, asegura, pero ella asiste juiciosamente a sus citas médicas e incluso va de casa en casa haciendo un llamado a las personas de buen corazón, para que le colaboren como dice ella “con cualquier moneda o alguito de mercado”.

Doña Carmenza  no se rinde; asume sus últimos días con dignidad y autonomía; ella sabe que si no se ayuda nadie más va a hacerlo por ella; pero no le importa, porque su corazón y su memoria se alimentan día a día de los buenos recuerdos de su juventud.

Para su familia parece que se volvió invisible,  el gobierno en su país asegura estar cumpliendo con sus deberes, incluso existe un programa llamado ( Colombia mayor), el presidente de la republica sale defendiendo su gobierno al asegurar que se preocupa por los abuelitos y abuelitas del país, pero Carmencita sabe que es otra mentira, asegura que lo que el gobierno les da, más parece una limosna que otra cosa, pues a los abuelos en completo desamparo el estado les asigna la irrisoria suma de $40.000 pesos al mes. Sí, cuarenta mil pesos para pagar comida, vivienda y salud; claro ejemplo de que vivimos en uno de los países más desiguales del planeta.

El adulto mayor es amparado como ser humano igual en derechos a todas los demás integrantes de la sociedad, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 25, numeral 1), el Plan de Acción Internacional de Viena sobre el Envejecimiento, la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas No. 40/30 de 29-11-85, la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas No. 44/77 de 8-12-89, y la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en su Informe Final (Doc. A/CONF.17/13 de 18-10-94), 

La Declaración Universal de los Derechos del Adulto Mayor  se proclama como ideal común por el cual todos los pueblos y Estados deben orientar sus esfuerzos dirigidos a lograr que la importante y creciente porción de la población global constituida por personas de edad, pueda disfrutar en el futuro de los derechos del bienestar y del reconocimiento social que le corresponden no sólo por sus servicios pasados, sino también por los que todavía está en capacidad y en disposición de prestar.

Dentro de estos reconocimientos está el derecho de ser tratado como ciudadano digno y autónomo. A recibir el apoyo familiar y social necesario para garantizarle una vida saludable, segura, útil y agradable, el derecho al cuidado de su salud, a través de una atención médico-asistencial integral y permanente, preventiva o curativa. También está el derecho a una alimentación sana, suficiente y adecuada para las condiciones de su edad; el derecho a una vivienda segura, higiénica, agradable y de fácil acceso físico. El derecho de ser tenido en cuenta como fuente de experiencia y de conocimientos útiles para el conjunto de la sociedad.  Debe aprovecharse su potencialidad como instructor o asesor en el aprendizaje y desarrollo de oficios, profesiones, artes y ciencias. El derecho a la más plena protección de su seguridad física y su integridad moral contra todo tipo de violencia, de ofensas, de discriminación y de extorsión.   

Pero estos derechos no se respetan, hay muchos abuelos en estado de desnutrición; abandonados en asilos o durmiendo en las calles; hemos subestimado su conocimiento y experiencia, ignorándolos y condenándolos al olvido. La culpa no es entonces únicamente del gobierno; la culpa la tenemos todos como individuos fríos y excluyentes; la culpa es de todos como sociedad, y eso que supuestamente somos individuos actuantes y pensantes.

Aunque existan leyes e instituciones que se preocupan por atender de la mejor forma posible al adulto mayor, es necesario concientizar y educar a nuestra población para que entienda que el abuelo es una persona digna y capaz de aportar a su sociedad; ellos solo buscan el afecto y el reconocimiento por parte de los suyos; hagamos que los últimos días de nuestros abuelitos tengan un sentido, démosles el valor que se merecen; la compañía y el cariño son un buen comienzo. Es muy conmovedor ver la realidad de nuestros abuelos en la actualidad; pero, no podemos seguir lamentándonos por ello, es hora de tomar conciencia e informarnos sobre cómo ayudarlos.

Este escrito tiene por nombre “el abuelo y yo” como una invitación a reconocer la situación actual de nuestros abuelitos y reflexionar sobre el papel que podemos hacer cada uno para cambiar esta realidad atendiendo al hecho de que seremos nosotros viejos algún día

Bibliografía

-         Constitución Política de Colombia de 1991, Actualizada con todos los Actos Legislativos expedidos hasta el 2004. Edición 2005.BIBLIOTECA ENRIQUE LOW MURTRA – BELM 
Resolución 7020 de 1992, Colombia.
-         Ley 100 de 1993 Sistema General de Seguridad Social. Libro IV Servicios Complementarios. Edición 2008.13.Ley 687 de 2001, Colombia.
-         Decreto 3039 de 2007 “Plan Nacional de Salud Pública (PNSP) 2007 –2010”, Colombia.
-         Carta de las Naciones Unidas (1945)
-         Woolf, L. M. (1998) Effects of Age and Gender on Perceptions of Younger and
-         Older Adults. http://www.webster.edu/~woolflm/ageismwoolf.html



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