Por
Diana Camila Roldán.
U.P.T.C
“Si se ve fuego en los
ojos de los jóvenes, en los ojos de los viejos se ve luz”.
Víctor Hugo.
“Espero
morir como he vivido, respetándome a mí
mismo como condición para respetar a los demás
y sin perder la idea de que el mundo debe
ser
otro y no esta cosa infame”
José Saramago.
“La
muerte no llega con la vejez sino con el olvido”
Gabriel García Márquez.
Para nuestra sociedad la vejez es causa de vergüenza, sinónimo de conflictos. El
valor de cada individuo es determinado por su capacidad productiva o los bienes
que posea. Reemplazamos los buenos valores y las buenas costumbres por una
conducta individualista, consumista, narcisista e incluso banal. Dejando en el
olvido a aquellos que no tienen voz, mostramos nuestra cara más fría he
indiferente frente a quienes sufren o nos necesitan.
Carmenza Torres, nacida según recuerda en el año de 1926,
madre de 4 hijos, es el vivo reflejo de lo dura que puede ser la vida; su
memoria no le permite olvidar las últimas palabras de su padre “Esté tranquila, Dios es buenos y le va a
recompensar, todo lo que hizo por su mamita y por Mí”.
El dolor y la tristeza inundan sus ojos y le
entrecortan la voz; seguramente de pensar que Dios no existe, y que si existe
entonces en ocasiones se olvida de ella; porque siendo ella tan buena y
luchadora durante su vida, ahora está condenada a estar sola y a pedir limosna mientras que otras personas
sin mayor esfuerzo y mérito, lo tienen todo ¿Acaso doña Carmenza no merece
vivir sus últimos años serena y dignamente? Ya hizo todo lo que pudo por sus
padres, sus hijos e incluso sus nietos ¿No merece un reconocimiento toda su
labor?
Ser un adulto mayor es quizá una de las mayores
proezas que el hombre puede alcanzar; no cualquiera alcanza esta cima; antes
tienen que librarse millones de batallas en contra del tiempo, el destino y las
enfermedades; por eso es que nuestros viejos son sinónimo de espiritualidad,
fuerza y sabiduría.
Según la organización mundial de la salud, la vejez es una etapa del
desarrollo humano que inicia a los 60 años y que termina en el momento en el
que la persona fallece; se caracteriza por ser un periodo de grandes cambios en
todas las áreas del funcionamiento del individuo. El progresivo
deterioro ocasionado por el proceso de envejecimiento no le permite a los
ancianos estar en condiciones de competir con una persona joven; pero en ellos
puede fácilmente existir un tipo diferente de competitividad y producción; esta
desvinculación se da no porque el abuelo ya no sea capaz de desarrollar ninguna
actividad, sino por los estereotipos y
prejuicios que en la sociedad existen.
Parece que desconociéramos que en
la mejor de las suertes nosotros también llegaremos a esa edad; es tan fácil como
preguntarse ¿Qué me gustaría a mí para mi vejez? La respuesta a esta pregunta
sería seguramente, lo mismo que nuestros
ancianos merecen, la recompensa por su esfuerzo, el agradecimiento por el mejor
de los regalos “la vida”, el bien más preciado que cualquier ser humano pueda
tener.
Y es que hoy en día cuanto más alto sea tu estatus, tanto más poder tengas en tus relaciones con los demás, que dependerá de la cantidad de recursos valiosos que estén a tu disposición, más atención te darán, pero tan pronto desaparezca la esperanza de los demás de obtener beneficio neto en la interacción contigo, cesará tal interés y desaparecerá tu poder social. Y cómo no, si nos encontramos inmersos en una sociedad de consumo y por ende la valía del ser humano se establece en base a lo que se produce.
Interesante el hecho de que sea en
las culturas denominadas primitivas, en las que el respeto por las costumbres y
los valores son la prioridad del pueblo; en ellas el adulto mayor tiene un papel de gran importancia pues es
fuente de sabiduría y memoria cultural; distinto totalmente de las culturas más
civilizadas en donde se ha convirtiendo la vejez en una condición vergonzosa
para el individuo que la vive.
En las culturas primitivas, la longevidad
de las personas es motivo de orgullo, por cuanto son los guardianes del saber y la
memoria que los conecta con sus antepasados. Muchos de
ellos se constituyen en verdaderos intermediarios entre el presente y el más
allá. No es entonces ajeno el hecho de que los brujos y chamanes sean personas
mayores que a través de la sabiduría que otorgan los años ejerzan labores de sanación, de jueces y de educadores.
Hace 4 años que Carmencita sufrió un accidente, al
regresar de una cita médica, un conductor imprudente que iba a gran velocidad,
la atropelló dejándola prácticamente moribunda; esta abuelita sufrió múltiples
fracturas en sus piernas, hombro y cadera; sin embargo la vida le dio la
oportunidad de seguir viviendo; tal vez esto le permitió perdonar a su verdugo,
tanto así que no levantó ningún cargo en su contra.
Ella sacó fuerzas desde lo más
profundo de su ser para recuperarse; hoy
en día se puede mover con la ayuda de un caminador; “es difícil”, asegura, pero
ella asiste juiciosamente a sus citas médicas e incluso va de casa en casa
haciendo un llamado a las personas de buen corazón, para que le colaboren como
dice ella “con cualquier moneda o alguito de mercado”.
Doña Carmenza no se rinde; asume sus últimos días con
dignidad y autonomía; ella sabe que si no se ayuda nadie más va a hacerlo por
ella; pero no le importa, porque su corazón y su memoria se alimentan día a día
de los buenos recuerdos de su juventud.
Para su familia parece que se
volvió invisible, el gobierno en su país
asegura estar cumpliendo con sus deberes, incluso existe un programa llamado (
Colombia mayor), el presidente de la republica sale defendiendo su gobierno al asegurar
que se preocupa por los abuelitos y abuelitas del país, pero Carmencita sabe
que es otra mentira, asegura que lo que el gobierno les da, más parece una
limosna que otra cosa, pues a los abuelos en completo desamparo el estado les
asigna la irrisoria suma de $40.000 pesos al mes. Sí, cuarenta mil pesos para
pagar comida, vivienda y salud; claro ejemplo de que vivimos en uno de los
países más desiguales del planeta.
El adulto mayor
es amparado como ser humano igual en derechos a todas los demás integrantes de
la sociedad, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 25,
numeral 1), el Plan de Acción Internacional de Viena sobre el Envejecimiento,
la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas No. 40/30 de
29-11-85, la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas No. 44/77
de 8-12-89, y la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en su
Informe Final (Doc. A/CONF.17/13 de 18-10-94),
La Declaración
Universal de los Derechos del Adulto Mayor se proclama como ideal común por el
cual todos los pueblos y Estados deben orientar sus esfuerzos dirigidos a
lograr que la importante y creciente porción de la población global constituida
por personas de edad, pueda disfrutar en el futuro de los derechos del
bienestar y del reconocimiento social que le corresponden no sólo por sus
servicios pasados, sino también por los que todavía está en capacidad y en
disposición de prestar.
Dentro de estos
reconocimientos está el derecho de ser tratado como ciudadano digno y autónomo.
A recibir el apoyo familiar y social necesario para garantizarle una vida
saludable, segura, útil y agradable, el derecho al cuidado de su salud, a
través de una atención médico-asistencial integral y permanente, preventiva o curativa.
También está el derecho a una alimentación sana, suficiente y adecuada para las
condiciones de su edad; el derecho a una vivienda segura, higiénica, agradable
y de fácil acceso físico. El derecho de ser tenido en cuenta como fuente de
experiencia y de conocimientos útiles para el conjunto de la sociedad. Debe aprovecharse su potencialidad
como instructor o asesor en el aprendizaje y desarrollo de oficios,
profesiones, artes y ciencias. El derecho a la más plena protección de su
seguridad física y su integridad moral contra todo tipo de violencia, de
ofensas, de discriminación y de extorsión.
Pero estos derechos
no se respetan, hay muchos abuelos en estado de desnutrición; abandonados en asilos
o durmiendo en las calles; hemos subestimado su conocimiento y experiencia, ignorándolos
y condenándolos al olvido. La culpa no es entonces únicamente del gobierno; la
culpa la tenemos todos como individuos fríos y excluyentes; la culpa es de
todos como sociedad, y eso que supuestamente somos individuos actuantes y
pensantes.
Aunque existan leyes e
instituciones que se preocupan por atender de la mejor forma posible al adulto
mayor, es necesario concientizar y educar a nuestra población para que entienda
que el abuelo es una persona digna y capaz de aportar a su sociedad; ellos solo
buscan el afecto y el reconocimiento por parte de los suyos; hagamos que los
últimos días de nuestros abuelitos tengan un sentido, démosles el valor que se
merecen; la compañía y el cariño son un buen comienzo. Es muy conmovedor ver la
realidad de nuestros abuelos en la actualidad; pero, no podemos seguir
lamentándonos por ello, es hora de tomar conciencia e informarnos sobre cómo
ayudarlos.
Este escrito tiene por nombre “el
abuelo y yo” como una invitación a reconocer la situación actual de nuestros
abuelitos y reflexionar sobre el papel que podemos hacer cada uno para cambiar
esta realidad atendiendo al hecho de que seremos nosotros viejos algún día
Bibliografía
-
Constitución Política de Colombia de
1991, Actualizada con todos los Actos Legislativos expedidos hasta el
2004. Edición 2005.BIBLIOTECA ENRIQUE LOW
MURTRA – BELM
Resolución
7020 de 1992, Colombia.
-
Ley 100 de 1993 Sistema General de Seguridad Social. Libro IV Servicios
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-
Decreto 3039 de 2007 “Plan Nacional de
Salud Pública (PNSP) 2007 –2010”, Colombia.
-
Carta de las Naciones Unidas (1945)
-
Woolf, L. M.
(1998) Effects of Age and Gender on Perceptions of Younger and
-
Older Adults.
http://www.webster.edu/~woolflm/ageismwoolf.html
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