Por Jhojan Sebastián Ortiz Moreno
La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y
magnifica los buenos, y gracias a ese artificio,
logramos sobrellevar el pasado.
Gabriel
García Márquez
Algo que
vemos día a día de manera natural y con indiferencia, sin saber el sufrimiento y esfuerzo que requiere, es el
oficio de los comerciantes itinerantes, de los corredores de asfalto, de los
pequeños nómadas, más conocidos en nuestro vasto mundo como vendedores
ambulantes
Gente
pujante arrojada a las calles por la vida, a sobrevivir, a luchar contra la
pobreza con desesperación y con hambre, como dijo el maestro Jean Jacques
Rousseau: “el pobre ama más el pan que la libertad”, y es cierto, el pueblo se
interesa más por un plato de comida, así este lo encadene de por vida; viéndolo
así, la pobreza es la mayor enfermedad
del mundo, al lado de la corrupción, bueno, aunque en el panorama actual de la
sociedad las dos van unidas.
Y así es
como llego al objetivo de mi proyecto; busco hacer una reflexión sobre las
condiciones tan deplorables y los tratos a los que son sometidos los vendedores
ambulantes, dando una mirada objetiva a todo lo que sucede cuando nos dedicamos
a este oficio.
Muchos se
preguntarán dónde nace este arte de vender alimentos, objetos y demás cosas en
las calles; así que me di a la tarea de investigar más a fondo sobre este tema;
después de un rato, pude encontrar en
una enciclopedia[1]
de mi casa, un acercamiento al problema; todo se da en Roma, donde se crean las
comidas rápidas, quienes para dar solución al problema de que muchos ciudadanos
no tenían cocina en sus casas, inventaron las “termopolias” lugares donde se
vendían platos preparados y calientes, en un recipiente especial para que se
conservaran así. También tenemos que desde la antigüedad, los agricultores de
pequeñas parcelas salían a vender los productos de sus cosechas a las calles.
Pero así
como desde tiempos remotos este trabajo había traído alivio, ahora se ve con
muchas dificultades para realizarlo; muestra de esto no la da la señora
Esmeralda Ochoa oriunda de Duitama, nacida en el año de 1979. Ella, como muchas
personas, se dedica a vender en las calles para subsistir; me dice que su hijo
es la mayor inspiración para luchar contra la furia de las calles y sus transeúntes;
ella vende envueltos de mazorca, alimento autóctono de nuestra tierra y que el
valor de ellos es de $ 600 pesos; esto medio le da para poder llevar algo de dinero para la casa,
pero sustenta que este trabajo es difícil y agotador; pero que es el único que
le ha brindado oportunidades económicas, ya que ella solo cursó hasta grado
séptimo y este le quita posibilidades para desempeñar otro trabajo.
De esta forma tenemos la primera conclusión de
este proyecto: la educación es un factor que cobra demasiada importancia a la
hora de ver cómo el presente se vuelve el futuro de cada persona; la educación
determina en buena medida la calidad de vida de la misma y de las personas que
la rodean; pero viéndolo así, más que un cuestionamiento a nuestro personaje,
quizás la alarma sea para jóvenes, padres de familia, profesores y el mismo
gobierno, quiénes a través de la historia a veces han dejado de lado la educación
de las personas con menos recursos, a veces incluso, vemos que es inaccesible
para muchos; se ha vuelto un negocio como ha sucedido con la salud y otros cuantos
derechos de la población; esto solo nos muestra el estado tan deplorable de
nuestra sociedad y de nuestro pensamiento a la hora de elegir a nuestro
dirigentes.
Siguiendo con
su relato, doña Esmeralda cuenta que para la elaboración de su producto se
demora en promedio a 4 a 5 horas y que los elabora en la hora de la mañana para
que en la hora de la tarde los pueda salir vender en una esquina del centro de
la ciudad, cerca al parque de Los Libertadores; nos relata que una de sus
mayores preocupaciones es que aunque ha
pedido ayuda a la alcaldía nunca es escuchada y que además es maltratada por la
fuerza pública siendo sacada de su sitio
de trabajo y a veces siéndole confiscado su producto; a esto se suma el temor
de que algún día la salud no le sea suficiente para seguir guerreándola por su
hijo y por su vida, y no sabe cómo poder seguir saliendo adelante.
Después de
un largo tiempo de conversación, observando cómo vendía los envueltos y hasta
ayudándole a venderlos, le pregunté que si le parecía justo el trato que le
daban las entidades públicas y ella contestó con una mirada casi pérdida en el
horizonte:
-No, no me
parece justo que nos traten de una manera tan dura; a veces como si no fuéramos
humanos; además creo que por ser un espacio público deberían dejarnos trabajar
en paz desde que no le hagamos daño a nadie-.
Y es
cierto, se les ha quitado su libertad sin razón alguna y sin darle ninguna
solución concreta porque vemos que esta administración ha mostrado poco interés
por esta clase de personas, que son muchas y que viven en situaciones
precarias.
Después de
esto me despedí de la señora y ella muy amablemente y con una cara de felicidad
me regaló uno de sus envueltos que de por hecho son deliciosos.
Este gesto
me dio mucha felicidad ya que la mayoría de gente tilda a los vendedores
ambulantes de ladrones, pordioseros y de cosas por el estilo; lo que no saben
es que de trasfondo de estas personas hay un corazón humilde y lleno de amor,
porque no cualquiera se quita literalmente la comida de la boca, para dársela a
un desconocido, perdiendo ese dinero que le podría servir para comer un poco
mejor a la mañana siguiente; no se encuentra gente así todos los días.
Al día
siguiente de haber conversado con doña
Esmeralda, me encontré con la señora Luz Carolina Torres proveniente de la
ciudad de Floresta de 43 años de edad, casada con el señor Nelson Mauricio
Mojica; ella cuenta que trabaja en las ventas ambulantes hace 20 años y que
esto le da para mantener a sus 5 hijos de los
cuales uno estudia en Floresta y los otros cuatro en el Colegio Guillermo León
Valencia de Duitama, nos comenta que
en este momento está pasando por una crisis económica ya que su esposo está
desempleado; él trabaja en construcción o más bien como “Ruso” y en este momento no
hay trabajo en ninguna parte, así que ella está asumiendo los costos del hogar; ella trabaja para la empresa “Cream Helado”. Le pregunté por qué
trabajaba en esto y no
en otra cosa más cómoda; ella me dice que es por
dos razones, la primera porque su educación fue precaria ya que estudió hasta quinto de primaria y la segunda porque este trabajo le brinda
comodidad para estar pendiente de la
crianza de sus hijos. Ella al igual que doña Esmeralda ha sido ignorada por la
administración municipal y también maltratada por la policía, viendo así que es
una problemática frecuente para los vendedores ambulantes el choque con la
fuerza pública.
Nos
indica también la situación en su hogar; ésta es pésima y más en el
panorama de la educación de sus hijos ya que a veces se queda corta en la
compra de los materiales necesarios para su buen desempeño en las
actividades académicas, pero aún así, ella no recibe
reproche alguno de los niños, al contrario, son una voz de aliento en momentos de desesperación.
La charla que se sostuvo
con la señora Luz estuvo cargada de sentimientos fuertes hasta el punto de casi
llorar al narrar su historia, y se entiende que se torne así porque la vida de
ella como la de otros, no se les ha dado lo que en realidad merece; a veces en
nuestro país, una persona humilde y honrada, es tratada de la peor manera.
Pasadas unas horas y
para finalizar el día tuve la dicha de encontrarme con la señora Flor Pérez, de 35 años de edad que trabaja
para la marca “Bonice”; aunque ella nos cuenta casi lo mismo que las otras dos
entrevistadas, a ella se le agrega que empezó a trabajar hace un año como
vendedora ambulante y que además de esto trabaja vendiendo productos de
catálogo y para sumar tiene una pequeña tienda de barrio; todo lo hace para
sacar un poco más de dinero para mantener su casa y sus dos hijos: una niña y
un niño, que a propósito estudian en el Colegio Santo Tomás de Aquino. Cómo lo
imaginarán, su agenda es bastante apretada; se levanta a más tardar a las 4 de
la mañana para alistar a su pequeña hija que cursa tercero de primaria al igual que a su hijo
para de 06:00 a 09:00 am poder abrir la tienda y lograr vender algo; a las 09:00
am se va sacar el producto en la distribuidora de Bonice y a las 06:00 pm vuelve a la casa para
seguir atendiendo su negocio el cual cierra a altas horas de la noche o a veces
a la madrugada.
Nos comenta que en Bonice
gana en promedio de $ 5000 a $ 10000 pesos diarios y que puede que no sea una
gran cantidad de dinero pero que le ayuda para poder cubrir las necesidades
básicas de su familia. Lo que hace más interesante a esta mujer fue que empezó
a trabajar en esto después de haber sufrido la muerte de su esposo, quien fue
asesinado por unos sicarios al frente de su casa; dice que la policía investigó
el caso pero que el resultado es inconcluso pero se rumora que la muerte fue
por una equivocación de los sicarios; sufrida está perdida ella se mantuvo
inmersa en una gran depresión pero la vida de sus hijos la hizo levantar la cabeza
y buscar a toda costa una salida para su situación.
En conclusión, las tres
historias de estas mujeres, (cada una vendedora de un producto diferente pero
con un mismo propósito, salir adelante a
todo costa), llenan el corazón de emociones fuertes al ver que hay gente tan
luchadora, que aunque esté inmersa en la pobreza, y a veces con una calidad de
vida deplorable, sacan ganas para
guerrearla frente a un mundo despiadado e indiferente; son mujeres pujantes que
dejan hasta la última gota de sudor en
las calles por sobrevivir, porque
deambulan en el círculo de una sociedad extraña con lo humano; sin embargo
pienso que le dan un toque de maravilla al piso por donde caminan porque
siempre estarán con los pies sobre el asfalto.
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