domingo, 7 de septiembre de 2014

SUFRIR POR UN FUTURO


Por Carlos Andrés Álvarez Flores

La casa de mis abuelitos está ubicada en el barrio Alpes Bajo en la ciudad de Duitama, calle 19 entre carreras 33 y 34. El barrio limita por el norte con en barrio San José, por el suroeste con el colegio Simón Bolívar, por el este con la urbanización Robledales y por el oeste con la carrilera del tren.

Fofografía de mi diario de campo
Mi abuelita cuenta que en el año de 1948 cuando el país vivía la violencia por el las disputas políticas entre rojos y azules, las oportunidades eran mínimas, sobre todo en el municipio de  (SATIVA NORTE BOYACÁ) y sus veredas (EL SALITRE); en esta época se une en matrimonio mi bisabuelo Rito Estupiñan y mi bisabuela Clementina Pineda. En aquel entonces,  el  hombre dominaba, golpeaba a su esposa de una manera salvaje y esta agresión no generaba ningún rechazo, era normal.

De este matrimonio nacen tres hijos: Ana Julia (1949), Pascual (1950) y Servando (1952); un hogar extremadamente pobre donde se sufrían muchas necesidades. En el año 1955 muere mi bisabuelo Rito Estupiñan, y mi bisabuela Clementina Pineda, sufre el rigor de ser madre viuda y cabeza de familia con tres hijos para alimentar.

 Entonces mi abuelita Ana Julia por ser la mayor, tuvo que recolectar leña para llevar a pueblo de Sativanorte (Boyacá),  para venderla o cambiarla por alimentos como panela, manteca, arroz y sal.   El estudio en ese momento no era prioritario, el  analfabetismo (es decir, la falta de conocimientos básicos de lectura y escritura, entre otros, brindados por la educación escolar), era común y no habían oportunidades  de trabajo, así que en el año 1959, por sugerencia de su tío Santos Pineda, llega a Duitama, y se refugia en una humilde vivienda en la vereda la Parroquia.

Cartografía de la memoria. 
En ese entonces mi abuelita Ana Julia sigue buscando sustento como empleada de servicio doméstico. En 1964 fallece mi bisabuela Clementina Pineda, esto la obligó a internarse como empleada de servicio doméstico de una reconocida familia (Briceño). Mi abuelita dice que trabajó cuatro años con ellos y que es uno de esos trabajos que no permiten el progreso ni el estudio, y que además era mal remunerado, porque se trabajaba más y el pago era poco.

Pasado un tiempo, en 1970 se conoce con mi abuelito Gustavo Flórez, un hombre de media estatura, piel trigueña y ojos oscuros, quien se convirtió en el enamorado y supuesto salvador de aquella explotación laboral.  En el transcurso de tres años de noviazgo toman la decisión de contraer matrimonio el 30 de junio de 1973, por lo cual mi abuelita Ana Julia decide retirarse de su trabajo como empleada de servicio doméstico para atender su hogar.


 De dicha unión nacen cuatro hijos, en 1974 nace mi mamá Mireya Flores Estupiñan, en 1975 nace mi tía Fabiola Flórez Estupiñan, en 1980 nace mi tío  Raúl Flórez Estupiñan y en 1981 nace mi tío Gustavo Flórez Estupiñan. Como era de esperarse en muchos de los hombres de este país, mi abuelito resultó ser un hombre irresponsable y bebedor, y muy de vez en cuando, colaboraba con las necesidades del hogar. Esto obliga a mi abuelita a rebuscarse el diario vivir para sostener a sus cuatro hijos quienes vivían en una casa humilde que además carecía de agua y luz. Era casi imposible sostener a sus cuatro hijos, así que mi abuelita nuevamente tuvo que dedicarse a lavar ropas en casas de familias, planchar y ayudar en la cocina, con un salario miserable que no alcanzaba para sostener a sus cuatro hijos. En el año 1985, y quizás angustiada por la necesidad de buscar dinero, se vuelve comerciante de la plaza de mercado (plaza real de la ciudad de Tunja). Allí trabajaba el día viernes, y el resto de la semana luchaba a diario con largas jornadas de lavado y planchado de ropa, para conseguir el diario para poder alimentar a sus cuatro hijos, por lo que no contaba con el apoyo económico de mi abuelito Gustavo Flórez. Mi mamá (Mireya) empezó a crecer y darse cuenta que el dinero no alcanzaba, así que ella a temprana edad (10 años), inicia también el trabajo en la plaza de mercado de Duitama y de Tunja para colaborar con los gastos del hogar. Fueron años de bastante sacrificio.

 En 1989 sucede otra tragedia familiar, mi abuelito Gustavo en su derroche de vida sufre la enfermedad del síndrome de Guillain-Barré (el síndrome de Guillain-Barré es un trastorno en el que el sistema inmunológico del cuerpo ataca parte del sistema nervioso causa hormigueo, debilidad muscular y parálisis); fue llevado de urgencias a la ciudad de Bogotá al  hospital la Samaritana. Allí dura recluido ocho meses, y su recuperación tardó un año. Por supuesto la crisis económica se agudizó; esto obligó a mi abuelita incluso a pedir limosna en Bogotá y en Duitama.

Hoy me pongo a pensar que fue una situación muy dura, pero entre comidas, los gastos médicos y los transportes, quizás no hubo otra opción; supongo que esto podría llamarse pobreza absoluta. Estas son las razones por las cuales yo admiro a mi abuelita y a mi mamá Mireya Flores, su fortaleza contra los problemas, nunca abandonó a sus hijos, les dio estudio para que no fueran analfabetas y tuvieran mejores oportunidades; siempre les inculcó la honestidad, la responsabilidad y la humildad ante todo.

Mi abuelita
Mi abuelita nos dice y nos aconseja que siempre aprovechemos el estudio y cuanta oportunidad tengamos de ilustrarnos. Siempre nos ha inculcado el respeto, la obediencia y la humildad. En pocas palabras los valores de cualquier ser humano rico o pobre deberían tener.

Ella vive muy aterrada de la juventud de hoy en día; al no tener respeto ni por ellos mismos, la degradación de los muchachos por las drogas; es cómo si la juventud hubiera perdido el norte de la vida; de los objetivos que cualquier ser humano quiere realizar.

La felicidad más grande de mi abuelita es ver que pudo sacar a sus cuatro hijos adelante y que son grandes seres humanos, útiles para  la sociedad.

Quizás sus sueños de juventud fueron aprender a leer e ilustrarse, pero cada día que pasaba lo veía más difícil, y entonces pasó a ser, antes que superarse en ese sentido, lograr tener un hogar con algunas comodidades. Hoy en día mi abuelita tiene 64 años de vida, goza de una excelente salud y es el punto de encuentro de toda la familia. 

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