domingo, 22 de marzo de 2015

PONERSE EN LOS ZAPATOS DE UN MINERO


Por Sendy Dayana Zarate 


“Si sintiera deseos de volarme los sesos trabajaría en una mina de carbón o como paparazzi”


Liam Gallagher


“Hoy el suelo pertenece a minorías que impiden al pueblo cultivarlo. Las minas trabajadas por tantas generaciones también pertenecen a unos pocos que limitan la extracción del carbón o lo prohíben. La maquinaria es propiedad de algunos, y si los nietos de su inventor reclamaran los derechos, serian fusilados.


Piotr Kropotkin.


Manos negras en espera de jabón y agua, esa es la triste realidad que se sufre en un país en vía de desarrollo en el cual la mano de obra barata, el desempleo, y la falta de oportunidades, dejan sin opción a centenares de personas que en busca de un futuro mejor, abandonan sus sueños en el camino, y dedican su vida a arrancar del subsuelo cualquier destello de esperanza.

Este artículo se hace con el fin de dar a conocer las labores mineras que se realizan en Colombia teniendo como énfasis el departamento de Boyacá, y es inspirado en la labor de mi más grande héroe, mi padre; se hace necesario profundizar sobre el conocimiento de la labor minera desde una perspectiva humana para llegar a una verdad cruel y opaca que han tratado de ocultar nuestros gobernantes a través de cifras y estadísticas que anualmente publican con orgullo para el beneficio de multinacionales por lo general, extranjeras; sin embargo éstas cifras no reflejan la situación actual que sufre una sociedad que por pensar en guerra, narcotráfico y corrupción, dejan de lado a nuestros campesinos abandonados a su suerte, a un porvenir que no les ofrece más que pobreza, miseria y mala calidad de vida. 



La mala praxis de un gobierno que se ha dedicado por años a adjudicar concesiones mineras a empresas extranjeras ha desplazado a los pequeños microempresarios del país ayudando a arruinar no sólo la población, sino la materia prima, el suelo y subsuelo, y de esta manera acabar con los recursos naturales no renovables de la nación; sin debatir la propuesta de hacer frente con una política drástica, para impedir tantos daños naturales al ecosistema. En este país se premia la destrucción y se la exonera de impuestos; sin embargo si hablamos de impuestos, estos solo son pagados por los microempresarios nacionales.

Muchas personas de cualquier profesión ven en la minería la oportunidad de hacer y crear un capital, aún a costa de su propia seguridad. Esta realidad se ve en nuestros televisores cuando aparecen noticias que involucran accidentes en estas minas; ya sean explosiones, derrumbes o atrapamientos, que se generan principalmente en aquellos socavones de los cuales se extraen los minerales de manera artesanal, dado que por costo beneficio es mejor arriesgar la vida de un trabajador, es decir de una mano de obra barata, a tecnificar y mejorar el sitio de trabajo con maquinaria para disminuir los riesgos laborales. 


La herramienta de trabajo de un minero en busca de riquezas no va más allá de un martillo neumático, un pico, una pala, y un coche o una carretilla que unidos a sus ganas de obtener el mineral para suplir sus necesidades, no se compara con el esfuerzo físico, y la fuerza que debe aplicar a dichos instrumentos para remover no solo la tierra, sino sus sueños y los de su familia. Por esta razón la familia del minero lo ve como un héroe que culmina el día agotado, sudoroso y con las manos negras y encallecidas. Tanto esfuerzo guiado con el deseo de superación; tanto trabajo para esperar una recompensa que a largo plazo no se ve.

Minas como EL SALITRE ubicada en el municipio de Socha al norte del departamento de Boyacá, a 257 Km de la capital nacional, nos dejan apreciar y conocer a través de crónicas contadas por sus protagonistas, la realidad que no nos cuentan o nos la maquillan los medios de comunicación. Nuestros protagonistas, como se ha dicho, en su gran mayoría son personas que no superan una educación básica, jóvenes por lo general ya responsables de un núcleo familiar, cuyas mayores expectativas son mejorar la calidad de vida y brindarles un futuro a sus hijos; muchos de ellos quizás no desean que sus hijos tengan que seguirlos en su sacrificada labor. 

Ellos nos cuentan cómo su día también inicia con la aurora. El día laboral espera. Salen de sus hogares o sus campamentos hacia el socavón. Allí los espera una segunda familia, sus compañeros mineros; aquellos con los que día a día comparten sus experiencias, sus conocimientos, sus problemas y un sin fin de chistes y chanzas, con los cuales amenizan su trabajo; recogen sus herramientas y sus elementos de protección personal y se adentran en un túnel oscuro y riesgoso, en parejas, para protegerse mutuamente; al llegar a su objetivo es decir, al “corte” o “tajo” comienzan a remover y extraer el carbón; oscuro mineral que enriquece esta zona boyacense. 




Los mineros, minuto a minuto se encargan de escoger este producto; buscan el que sea apto para su comercialización; a mitad de jornada tienen un descanso y es la hora del refrigerio; allí comparten lo que en sus casas, sus madres, esposas o hermanas prepararon; comidas típicas como guarapo, mogollas, agua de panela, queso o limonada. Luego continúan con su trabajo hasta completar un jornal, es decir, por 8 horas están dentro de la mina; no sólo sacando carbón sino haciendo de la mina un lugar seguro pues dentro de sus labores está hacer puertas, que dentro de los socavones son muros de madera que sostienen las paredes y el techo de estos enormes túneles; sirven para proteger las vidas de nuestros protagonistas. Al terminar la labor, salen, se lavan, se limpian y guardan sus herramientas de trabajo; lavan sus manos y sus rostros con agua y jabón para retirar el hollín que deja el mineral en su cuerpo. 


Pero no solo nuestros protagonistas trabajan dentro del socavón; algunos están afuera, en las tolvas en las cuales se almacena el mineral, ayudando a escoger el mejor para llevar a la venta, embarcándolo en los vehículos adecuados para tal labor; se encargan de sacar el carbón de la mina por medio de coches que son arrastrados por un motor (malacate), luego lo depositan en las tolvas, para ser llevado a su destino. El malacatero no trabajó en la oscuridad como sus compañeros pero sí bajo la inclemencia del frío, el invierno o del rayo del sol; sin embargo a veces también tienen que entrar. 




Los últimos gobiernos criminalizaron la minería tradicional y la llamaron minería ilegal. Su estrategia consistía en entregar el mineral al capital multinacional y tal vez cobrar por los favores. No se ponen a pensar en el estilo de vida de miles de colombianos que viven de esta forma de empleo. Se debe señalar que si estos políticos fueran justos harían lo posible por comprender estos problemas y dignificar las opciones. Poner tantos “peros” para las licencias y los títulos mineros; trabas, papeleo, tonterías que fomentan la corrupción y afectan al pobre minero. Pero eso es Colombia, un país con tanta riqueza pero para los mismos, se la reparten entre ellos. A los demás nos dejan pobreza, trabas y papeleo. 




Espero que después de leer este corto artículo su perspectiva acerca de la minería en Colombia haya cambiado, aún nos falta mucho por saber, mucho por averiguar pero lo importante es que dentro de nuestro saber tengamos una idea no errónea de la situación actual del país; la minería es una profesión muy riesgosa; ser hijo de minero es una permanente angustia; no sólo nos agobia la guerra con los grupos al margen de la ley, o la corrupción de nuestros gobernantes, o los Tratados Libre Comercio (TLC), también las pocas oportunidades que tiene nuestra población para superarse, para llegar a ser profesional, para tener un mejor futuro; no es fácil ponernos en el lugar de un minero cuando nosotros lo tenemos todo, una familia, educación, un futuro, pero no es difícil comprender que en nuestras manos está el cambio. El peor defecto de la humanidad es la ignorancia y la negación a buscar conocimiento; somos conformistas, si nos dicen blanco aseguramos que es blanco, no vemos más allá de lo que nos dicen, y en ocasiones somos como un rebaño de seres que no piensan. Quizás todo se trate de ser capaces de ponernos en los zapatos del otro. Aprender a hacer esto puede ser el comienzo de una sociedad más justa y equitativa. Yo me puse en los zapatos de un minero, conversé con ellos, y valoro mucho el trabajo de mi padre y el de sus compañeros. Los invito a que hagan lo mismo.