domingo, 11 de enero de 2015

EL BARRIO DEL OLVIDO


Por Andrés Mendivelso

“La música urbana consiste
En que en cada encrucijada
Cada una de mis rimas
Quedan inmortalizadas”

René (Calle 13 “Que lloren”)

Existen varias maneras para habitar un barrio, una casa, un apartamento o una ciudad, pero sin duda, la desfragmentación que existe en el barrio San José Obrero es inexorable.

El barrio que quedó al olvido de transeúntes y de la ciudad, se convirtió en el mayor muladar de recuerdos de sus habitantes, que sin querer, tuvieron que seguir su vida cotidiana con el impedimento de un mal que acecha.

Entre sus fauces que abrió sin querer este barrio, existen aproximadamente 35 espacios de venta de licor donde se mezclan universitarios, gente común, revoltosa, calmada y otra que sin duda es la bestia más terrible que domina el barrio, y que vamos a denominar con una palabra común en estos tiempos, la “gaminería”.

Sin embargo, esta “gaminería” no es del  mismo barrio, son forasteros que llegan como ratas oliendo su  presa, y son astutos; el  que no se dé cuenta de su presencia y le siga el juego, la lleva con él. Sus madrigueras: los bares más reconocidos del barrio, como son “Procheli”, “La Caza Bar” y “Santa Aleja”.

En ellos reina la sevicia, no hay cómo controlarlos; la policía, -no se sabe si en realidad hay policía o solo son un grupo de parásitos verdes que están allí solo por moda- no hace nada. “Mucha policía poca diversión, un error”; esta es sin duda una de las grandes canciones del gran grupo de punk “Eskorbuto”, en la cual se demarca la problemática de esta institución, tampoco las sucesivas administraciones municipales.

Sí, esta es la realidad; la nueva generación que cambió todo. “No sé cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir, así, en mis tiempos todo era alegría y confort”; letra de “Pachuco” de los artistas de “La maldita Vecindad”. Ejemplo  de esa generación que se abastece de consumo y de innovación.

Pero bueno, volviendo al tema; explicaré cómo son los fines de semana  en estos bares que tan solo dejan desilusiones, desconfianza y desahucios.

El jueves es un día que toman los universitarios para descansar del fatigante látigo de los trabajos. Eligieron este día porque muchos se van a sus casas y no pueden compartir con sus amigos. El jueves es un día tranquilo sin peleas y muy bueno para disfrutar.

Un jueves casi no viene “gaminería” y si hay peleas (que son muy pocas) son entre estudiantes, y estas peleas son (a veces) por chicas o quien sabe, que tal sea por una nota o por un trabajo.

El viernes la “gaminería” descansa para un sábado agitado. El viernes es para las personas que trabajan la larga semana y quienes quisieran que su descanso fuera eterno. Este día es especialmente para las personas maduras que cuentan sus ocurrencias laborales con sus camaradas de trabajo. El viernes casi no hay peleas.

El sábado (llegamos a la parte más fascinante de este trabajo) es el día privilegiado para la “gaminería”; lo único que impide su fiesta sangrienta es la lluvia, la ley seca que se da gracias a un paro agrario o a la farsa de elecciones, o a las fiestas en ciudades aledañas. Pero sin lugar a dudas este día es uno de los más horrendos de la larga historia del barrio.

Con otros de los habitantes del barrio reconstruimos el siguiente diario sabatino:

“Son las 4 de la tarde, todo está en silencio, solo se escucha el parpadear de los carros y el latido de los árboles; de repente, llega el dueño del bar con todos sus maleantes; lo primero que hace es poner esa música de la juventud post-basura (reggaetón, vallenato, el “serrucho” y demás) a un nivel exagerado. La “gaminería” husmea esta música porque esto es lo que los atrae, llegan aproximadamente entre las 10:30 pm y las 12:00 am; se da uno cuenta cuando ellos llegan, pues son numerosos sus grupos que no se bajan de los 5 integrantes; cuando son astutos suben unos pocos al bar y los otros se quedan al acecho; mientras tanto, los de arriba usan su olfato para las víctimas que estén solas y les empiezan a formar bonche o pelea; si la persona está borracha es peor, si por el contrario no lo está, esperan, buscan la manera de sacarlo del bar; cuando su operativo es exitoso, empieza el cruce de disparos de botellas; la adrenalina sube a su máximo tope, comienzan a decirse palabras grotescas y vulgares, -Me dio en una pierna ese hijue… (Se omite la palabra por haber niños pequeños o que aún no conocen, si se está leyendo se puede hacer el piiiiii de las películas), -Métale la puñalada, -Métale un puño a ese malp…, -Sáquele la plata a ese piro…. Uno viendo estas riñas callejeras queda exhausto, aterrorizado, dan ganas de vomitar hasta las lágrimas, el cruce de puños galácticos y de puñaladas con fuerza  bruta son terroríficos, sus listas sangrientas de víctimas siguen extendiéndose y no se puede hacer nada para acabar con esto”.

Pero en ese momento, uno se pregunta: ¿Y la policía?, ¿No es su deber velar por la seguridad de sus habitantes? No, ellos están durmiendo o en el baño; quién sabe; que tal estén pintando todo de rosado gracias a nuestra querida alcaldesa, pero mientras hacen estas cosas sin importancia, las luchas campales que se dan en este sector siguen dejando tasas muy altas de lesiones en riñas, y estoy casi seguro, que elevan las tasas de mortalidad.

Al otro día, hay sangre en la arena y no es del asesino; se convirtió en algo tan paradójico, que es imposible salir a la calle con la tranquilidad que se sentía antes; reina el miedo, reinan los sobrevivientes camuflados para no ser vistos.
Ahora, la mejor leyenda contada después de “La llorona” y otras leyendas más, da el premio Nobel de Literatura en ficción (debió superar a “Gabo” y sus “Cien años de soledad”), al bar “San Aleja” con su espectacular leyenda “La chica y el Diablo”.

-“La historia comenzó cuando una joven entró al establecimiento dicho, la joven se sentó con sus amigos a tomar y a conversar.

De repente llegó un hombre muy elegante que empezó a brindar trago a todos los que estaban en ese momento en el bar, después sacó a bailar a la mencionada joven. Ella gustosa aceptó, pero el hombre le hizo una advertencia que sería la última que iba a escuchar: “No me mires los pies”. Ella, por supuesto, no aguantó las ganas, le miró los pies,  y lo que vio fueron unas patas de caballo con fuego, ella asustada miró a su alrededor y las personas se habían convertido en monstruos. La chica se desmayó y entró en coma, del cual no despertó llevándose a la tumba toda la verdad.”

Este es el testimonio de uno de los habitantes del barrio, y es un relato que puede ser narrado por casi todos los habitantes de la ciudad. Sobre todo si se tiene en cuenta que la chica entró en coma y murió. ¿Quién iba a saber lo que ella vio al desobedecer la sugerencia del hombre?, ¿Qué pasó con el hombre? Según el testimonio del dueño de “Santa Aleja”,  en las cámaras la joven sale bailando sola. Pero lo paradójico es, que para estas fechas, el bar mencionado no contaba con cámaras.

Otro testimonio de los habitantes, es que la chica murió de una sobredosis de droga, lo cual se está investigando si la expenden en el dicho bar. Lo único cierto es que a la “Santa Aleja” no le luce el Santa.  Y así tenemos un barrio destruido por la ineficacia de las autoridades. Vecinos desesperados para quienes la justicia no funciona. Ni derechos de petición ni tutelas. Y mientras tanto el ruido inaudito que no deja dormir a nadie, y las riñas, y el consumo de tantas sustancias, han hecho que el barrio pase a ser considerado como la zona rosa de la ciudad. Esta debe ser la razón por la cual la alcaldesa no ha hecho nada al respecto; le gusta el rosado.





LAS SORPRESAS DE LA VIDA


 POR GERMÁN EDUARDO SANTAMARÍA HURTADO


Mi texto busca contar partes de la historia de vida de mi padre José Isaac Santamaría Montenegro. Él nació el 28 de abril de 1955 en la ciudad de Villavicencio, y allí vivía junto con su padre José Lucas Santamaría Rodríguez. Lo que más recuerda de su infancia es la pobreza; una bicicleta o un radio no eran un lujo que se pudieran dar. No tuvo muchas oportunidades de estudio; cursó hasta el grado tercero de primaria  en un colegio religioso dirigido por un cura. La alimentación no era muy buena;  vendía periódicos a los 8 años;  andaba con pantalones cortos, sin zapatos y una camisa de botones; dormía en una cama dura y usaban leña para cocinar; sin embargo él dice que extraña la niñez porque fue la etapa donde  podía jugar sin preocupaciones de ningún tipo. Su adolescencia fue aún más difícil, vivía y trabajaba en una finca junto con su padre.


A los veinte años trabajó en el Molino el Sol; compraba trigo; allí conoció a un señor que lo invitó a trabajar en el montaje de un molino de trigo. En Duitama estaba parte de su familia; se conoció con mi mamá Olga Lucía Hurtado Suárez por medio de su hermana, y al poco tiempo se hicieron pareja. Trabajó en una fábrica de carrocerías “Carrocerías Muisca” en la cual pintaba autos su jefe, Álvaro Gutiérrez. Trabajaba duro para poder vivir bien. En esos días vino un primo de Estados Unidos; su nombre era Germán Santamaría y se hospedó en un hotel de categoría en Duitama y lo invitó a cenar; le recomendó que se fuera a Estados Unidos para dejar de trabajar tanto y por tan poco; mi papá lo pensó y decidió que no tenía dinero para el viaje; sólo tenía una moto que compró años atrás; entonces decidió venderla y preparar su viaje.

El pasaporte lo sacó en el año 1986; compró ropa y acomodó a la familia en un mejor lugar; ese año nació su tercer hijo; preparó la maleta y solicitó la visa a México pero como eran demasiados requisitos para tramitarla, la solicitó para Guatemala y se la dieron; debía viajar el 4 de febrero de 1987; se despidió de su familia y viajó a Guatemala.

Cuando llegó a ese país el 4 de febrero hizo un larga travesía de 4 días; visitó muchos lugares en Guatemala; llegó a un pueblito que limitaba la frontera con México llamado la Mesilla y pasó la frontera ilegalmente; llegó al estado de Chiapas y viajó por la capital que se llama Tuxtla-Gutiérrez; hizo muchas amistades; en Rizo de Oro un pueblito, se trasladó en un tráiler hasta ciudad de México, de allí viajó a Guadalajara y de allí se trasladó a Culiacán.

Se hospedó en un hotel; el señor del hotel le recomendó que se fuera al medio día porque al pasar por los retenes en Sonora lo detenían y lo deportaban; él se fue del hotel y lo detuvieron en un retén en Sonora, pero el oficial que lo requisó lo dejó ir al ver su situación, sin embargo, le dio un consejo “quédate en Culiacán no vayas a Tijuana porque te tuercen”. Él tenía el pasaje a Tijuana, llegó a Culiacán y se dio cuenta que tenía que pasar por aduana y migración; se estuvo a un lado para que no lo detectaran; regresó al bus y se dirigieron a Tijuana; en Tijuana tuvo que pasar por la migración para revisar el equipaje y los documentos; alistó 20 dólares, y cuando el oficial de migración le pidió los documentos, le ofreció los 20 dólares y lo dejó ir; de allí se fue para Tijuana.

Se fue en un bus hasta el centro de la ciudad; el señor los llevó a diferentes destinos; mi padre pidió que lo llevara al hotel La Mesa; en una conversación con su hermana le dijo que se hospedara allá mientras miraban cómo hacían para traerlo a Estados Unidos; el conductor le aconsejó “si acaso te agarra la migra di que eres Mexicano no que eres Colombiano porque te deportan, si te preguntan en donde naciste di que en Acapulco, allí hablan parecido”. Mi padre se dirigió al hotel, se acercó y preguntó por el valor de una noche. Le dijeron que 30 mil pesos. El hotel tenía piscina. Sin embargo era todo el dinero que tenía, así que le tocó buscar uno más económico. Consiguió uno de 10 mil pesos.

Al siguiente día fue a recorrer Tijuana y en el recorrido llamó a Estados Unidos. Le dijeron que estuviera listo porque un coyote lo iba a pasar. Le dieron instrucciones de ir a un lugar específico. Fue hasta ese lugar y le dijeron que se prepara porque lo pasarían esa misma noche a Estados Unidos. El coyote iba con una mujer embarazada, también un mexicano con su esposa, y un pandillero nicaragüense con el que tuvo que hacer pareja porque debían ir en grupos de dos personas a las dos de la mañana. El 17 de febrero de 1987 cruzaron la frontera a Estados Unidos. Llegó a San Isidro California en donde estuvieron escondidos tres días en una casa; luego fueron a un pequeño aeropuerto en el cual abordaron una avioneta que los llevaría  al centro de California.

En los Ángeles lo recogió su primo y lo llevó a donde su hermana en un apartamento; él estaba muy prevenido por el tema de la migración, sin embargo ya estaba más tranquilo.

Ya en Estados Unidos trabajó por un tiempo con su primo que era plomero, pero con el tiempo lo ayudó a conseguir trabajo en una fábrica de fundición. A  los 8 días llamaron a la casa en dónde vivían y preguntaron por el colombiano; se dirigió a la fábrica y comenzó a trabajar; aprendió rápidamente. El trabajo consistía en coger partes de cera para fundirlas en forma de moldes, y así se hacían partes de autos, armas, palos de golf y partes de avión; su jefe se llamaba Christopher Tobar. Mi padre me dice que tuvo mucha suerte porque él no conocía nada sobre la fundición  y se le facilitó, así que el jefe notó que era un muy  buen empleado y lo empezó a tener en cuenta.

En su estadía en Estados Unidos trabajó 2 años y medio en la fábrica de fundición; conoció muchos lugares; y con el tiempo pudo comprarse un carro para desplazarse; un día el jefe llegó con un vendedor de autos; el auto que vendían costaba 300 dólares, era un Chevrolet Impala clásico; ese era el dinero que mi padre ganaba en una semana. El jefe le prestó el dinero. Sin embargo tuvo que venderlo porque se recalentaba. Se compró una moto de 650 cm3 que también tuvo que vender. Compró un Chevette que le costó mil dólares. Lo vendió cuando ya se iba a regresar a Colombia. Mientras estuvo allá envió dinero a su familia.


Ya a su regreso mi padre se consolidó como comerciante, y abrió un pequeño hotel llamado Hotel Sander, y con los ingresos que produce mantiene a su familia.

No me queda más que decir; la vida es una continua caja de sorpresas.  Quizás otro día cuente cómo una tarde llegó una hermana de mi padre de quien no había sabido nada en 25 años. Son historias que nos sorprenden en el transcurso de nuestra vida. Cómo esas historias de mi padre. Imaginármelo en todos esos países, con ese temor, con esas ganas de salir adelante. Un día estás en un país subdesarrollado, otro en una potencia, al siguiente con un negocio que pudo montar con sus ahorros, y así mantener a la familia estando con ella. Mi padre me ha comentado que ha pensado en volver a los Estados Unidos pero esta vez lo quiere hacer legalmente; está en continuo contacto con su hermana para tramitar los papeles  y la visa para vivir legalmente; ahora solo queda esperar que sorpresas nos depara la vida.