viernes, 1 de julio de 2016

LA SEÑORA DE LOS PERROS

LA SEÑORA DE LOS PERROS


Por Marian Stephanny Molano P.


La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca”.

Henrich Heine


Doña Isabel
Detrás de cada persona hay una historia y detrás de cada historia  hay sentimientos que valen la pena contar.

Desde hace unos años por la ciudad de Sogamoso hay una señora que siempre camina algo jorobada; la mayor parte del tiempo camina en el Parque de la Villa. Cuando las personas miran a esta señora quizás se les ocurre que es una mujer indigente que nunca tuvo hijos o que quizás fue abandonada.

A esta mujer  siempre la acompañan  dos, tres o hasta más perros. Ella es de corta estatura y siempre luce un chal de color negro; cuando alguien se le acerca puede percibir que le acompaña una sonrisa mientras recibe algunas monedas.
Su nombre es Isabel Murcia:


Nació en el Tolima y tiene ya 65 años de edad; por extrañas razones llega a tierras boyacenses. Desde el año 1975 doña Isabel reside en Sogamoso, la ciudad del sol y del acero.

Esta mujer llega a Boyacá en busca de oportunidades y conoce en Tibasosa a un hombre que la enamoró; ella piensa que este hombre será con el que compartirá el resto de su vida, pero  lo que no sabe la señora Isabel es que con ese hombre llegarán insultos y agresiones  físicas y verbales.

Después de años de convivencia la señora Isabel  fue una víctima más del maltrato intrafamiliar; su esposo era de un genio terrible y siempre malhumorado llegaba a casa a desquitarse con ella. De este matrimonio nacieron dos hijas quienes tuvieron que presenciar cómo noche tras noche llegaba su padre con tragos en la cabeza a golpear a su madre, porque las cosas no se realizaban según las ordenes que estipulaba.

La señora Isabel después de tantos golpes y cicatrices en su cuerpo decide  abandonarlo, y se va para nunca más regresar.


Ella se fue para Bogotá a vivir con una prima quien intentaba buscarle un empleo: mientras, podía estar con sus hijas. Pasaron algunos meses y la situación no mejoraba para Isabel, aguantando hambre y frío en la ciudad capitalina. Una noche con un frío abismal y una neblina borrosa, Isabel  iba a cruzar la calle, cuando de pronto pasó una buseta y la arrolló por completo.

Lamentablemente este hecho marcó la vida de Isabel para siempre; cojearía desde entonces, y además quedaría con un problema en la columna que le generaría una joroba con la que se le dificulta caminar y estar recta.

Después de una larga recuperación, Isabel decide regresar a Boyacá no por su familia, sino porque unos amigos de Sogamoso le habían ofrecido empleo en una tiendita.  

Lo último que supo de su esposo fue que se volvió a casar y que a  sus hijas les dio el bachillerato en el colegio de Tibasosa; años después ellas se marcharon de la casa de su padre.

Isabel  se dedicó a atender una tiendita cerca de la Policía, donde todos los borrachitos van y cuentan sus historias tras  muchas cervezas.  Ella se alojaba en una piecita que sus amigos le habían conseguido.

Años después regresa el infortunio para Isabel; las deudas de sus amigos los obligan a cerrar la tienda; entonces Isabel se queda sin trabajo y sin dinero y con el tiempo sin amigos; morirán luego de un tiempo.

Así que ya Isabel  con cicatrices en su cuerpo, con el dolor y los golpes que  le dejaron los años se queda sola, sin conocer a nadie, sin familia, sin amigos, sin dinero. Esta mujer decide conseguir trabajo, pero por el problema en su columna y en su pierna, las personas la consideraban como una anciana inservible y no le brindaban ninguna oportunidad.

Es triste presenciar que por un problema físico o por cierta edad, no puedan bríndale trabajo a una mujer, imagino que piensan que puede estar enferma, o que por estar vieja no podría generar ingresos.

Así son muchas personas en este país. Pero por ahora me pregunto, ¿No debería existir una institución estatal que se encargue de este tipo de casos? ¿Por qué es natural para nosotros que haya personas que viven como los perros callejeros?

Obviamente no existe presencia estatal o doña Isabel no habitaría las calles. Se supone que los familiares tendrían que hacerse cargo, pero ¿Cuando no existen o han desaparecido para siempre y los han abandonado?

Para estos ancianos la calle es el único refugio, y los perros son la única compañía. Inundados de tristeza, agobiados por la ausencia y olvidados por la sociedad.

Mientras diferentes campañas políticas afirman: ¡Sogamoso piensa en grande! Me pregunto cómo una ciudad puede pensar en grande cuando en sus calles deambulan personas como Isabel Murcia.

Me imagino que lo que sigue en la historia de Isabel fue lógico. Ya no tenía a dónde ir ni un sitio en dónde quedarse para pasar la noche; así que la abrigaron la calle, el silencio y la soledad de Sogamoso.

Días, tardes y noches, Isabel con hambre, con dolor en sus huesos y articulaciones, vencida por todos los acontecimientos que tuvo que pasar, aun soportando el rechazo, se dio cuenta de que la única opción que tenía era vivir de la caridad, de la moneda que cualquier ciudadano decidía obsequiarle, del pedazo de pan que cualquier hombre de buen corazón podía darle.

En una de las muchas noches que la señora Isabel camina en las calles, recuerda que en casa de sus amigos había quedado un perro llamado Tony; ella fue a esa antigua casa y desde ese día ya no se sintió  sola porque Tony se convirtió en esa compañía que nunca tuvo. Tony hizo lo que ninguna de sus hijas había hecho con ella, no la dejó sola y estuvo acompañándola a todas partes donde iba, la defendía del mal que aqueja la noche y compartía con ella el pan que podía comprar con las pocas monedas que recibía.

Tony es un perro blanco de raza french poodle; obviamente es un perro de calle; en su pelaje se pueden observar  las condiciones en las que  vive; ya su pelaje no es blanco, es gris casi negro.

Su pelaje tiene una peculiaridad, todos los Sogamoseños cuando se refieren a Tony lo describen como el perro Rasta, porque parece que tuviera Dreadlocks como se utilizan en el Movimiento Rastafari.
  
Después aparece otro perro llamado “ Muñeco” que Isabell siempre veía en la calle; un día compartió con él la poca comida que tenía; después le daba huesos que conseguía en cualquier lado, y  Muñeco nunca se alejó de ella y logró convertirse en el mejor amigo de Tony.

Violeta
Fue así como a Isabel se le veía con dos perros que la acompañaban siempre.

Después apareció una perrita llamada Violeta que Isabel siempre consentía en la calle y siempre se la encontraba en el mismo lugar. Un día Violeta acompañó a Isabel  al lugar donde ella llega en las noches, una casita de adobe que está por derrumbarse y que siempre se inunda cuando llueve.

Pasó el tiempo e Isabel nunca volvió a ver a la perrita Violeta; sin embargo, luego de varios largos meses en una noche de fuerte aguacero, sintió que hacian ruido en la puerta y al verificar su causa, vio a Violeta; estaba empapada; Isabel la saludó y la dejó entrar.


Isabel y sus perros

Fue así como Violeta se unió al grupo de perros de Isabel; según comenta, Violeta es la única perrita que la acompaña pero es la más brava de todos los perros; siempre está ladrando e intentando morder a los que molestan a Isabel; ella cuenta esto con un gesto de risa.

Fue así como Isabel  consiguió a los tres perros que la acompañan a todas partes; sus hijas actualmente viven en Bogotá; algunas veces viajan a Sogamoso pero no le ayudan económicamente ni están pendientes de su salud.

En este momento Isabel comparte  una casita de adobe con una señora amiga de la calle y con el primo, el  señor Roberto que pide limosna en la salida de la Catedral.

Gracias a una señora de gran corazón la señora Isabel cuenta con Sisben, pero cuando siente dolor en su pierna o en su columna no tiene nadie quien  la lleve al hospital. Ella menciona que nunca algún representante de la Alcaldía se ha acercado a colaborarle.

Vive de lo que le dan en la calle y lo comparte todo con sus tres perros, Tony, Muñeco y Violeta.  Ella los ama profundamente; desde niña le gustaron los perros y siente que ellos son su única compañía y apoyo.



La señora Isabel sueña con tener una casita donde pueda refugiarse con sus perros; le da miedo que la lleven al ancianato porque ha escuchado que a los ancianos que llevan a ese lugar mueren a los cuatro meses de ser ingresados. Y cree que si  muere nadie cuidará a sus perros. 

Esta es la historia de la señora Isabel Murcia, una mujer que los últimos años de su vida ha estado en la calle, una mujer que vive de la caridad; que tiene una dolencia en la columna y en las piernas. Es fácil juzgar y criticar a alguien, pero lo que pocos saben es que la mayoría de personas de la calle no deciden esa vida; las circunstancias los obligan a vivir así. 

Así que si usted visita o vive en Sogamoso  y escucha los gritos de una señora diciendo: Toooooooony, Muñecooooo, Vioooooletaaa, vengaaaaaan! No olvide que ella es Isabel Murcia, una mujer que a pesar de todo no es desdichada, que le pide a Dios por una casita; que le gusta caminar para sentirse acompañada; que sus más fieles amigos son sus perros y que amablemente le regalará una sonrisa y si usted decide también le contara su historia.

Isabel le dice a Muñeco que pose para la fotografía mientras Tony intenta ocultarse.



miércoles, 29 de junio de 2016

UNA HISTORIA CONTADA A BASE DE BETÚN

UNA HISTORIA CONTADA A BASE DE BETÚN

Por Laura Alexandra Amado Pinto

“Nada está perdido si se tiene el valor
 De proclamar que todo está perdido
y hay que empezar de nuevo”

Julio Cortázar


Fotografía de Fabian Muñoz
10:30 am; sentada en un sillón improvisado; bastante viejo pero cómodo; un sillón frecuentado por aquellos caminantes inconformes con el brillo de sus zapatos; caminantes con ansias de conseguir un lustrado perfecto.

Duitama, la perla de Boyacá, es una ciudad reconocida por su cultura, su historia y su gente; seres luchadores y echados para adelante quienes a pesar de un mal día, un mal sueño o una vida un poco complicada, son felices.

Almas andantes deambulan por esta ciudad siempre buscando cómo sobrevivir; almas trabajadoras y emprendedoras que aunque no corran con la misma suerte que los demás, jamás pierden las ganas de vivir.

Ojos despiertos y una sonrisa siempre presente, rasgos con los que Hernando Sierra, más conocido como el Serpa se dirige a su trabajo; es alguien, que como bien lo dice él… “ha pasado por las duras y las maduras”; sin embargo es completamente feliz… o eso dice con sus manos cansadas de tocar aquel cepillo lustrador, compañero en días de lluvia como estos.

El humo de los carros y la gente con sobrecargas que empujan con rapidez a los peatones, hacen que sea irrepetible cada día de trabajo para el Serpa; sus 13 ex-esposas y sus 16 hijos (8 de ellos hombres), logran convencerlo de que es uno de los hombres más queridos de la perla. Con una sonrisa un poco traviesa hace memoria de aquella mujer que casi lo mata dándole unos cuantos disparos en el abdomen por razones de amoríos.

Cuenta su historia con voz firme y su mirada refleja toda la aventura y el desenfreno que comienza en su pueblo natal, Barbosa –Santander, un lugar  maravilloso, con gente cálida y trabajadora. El Serpa recuerda cada una de las calles por donde corría cuando era solo un niño.

Fotografía de Fabian Muñoz
Su padre, un tinterillo y su madre adoptiva, una mujer luchadora; ellos   jamás lo dejaron solo. Yo pienso que esa sonrisa con que los evoca, son rastros de esperanza, de fe en sus recuerdos.

Ellos le enseñaron que un hombre tenía que ser una persona honesta, y que en cierto sentido era preferible resignarse a que cuando no se tiene no se tiene y ya; sin embargo sus recuerdos se entretejen con historias que se adentran en los terrenos de la ficción (o eso quiero pensar), cuando cuenta cosas de la mafia y de un tal Gumercindo, ficha de confianza de Pablo Escobar, del Gacha y de otros narcotraficantes.

Resulta interesante la conversación que parte de los valores que le inculcan los padres, el paso (ficcional (¿?) por la mafia), y esa determinación con la que afirma que jamás robó ni mató a nadie, porque según él decía: “Si usted cree que no soy un hombre correcto y honesto, entonces dispáreme”.

Entonces el Serpa resulta ser Gumercindo, un hombre que ha tenido más de una docena de esposas, y que ahora es conductor y mensajero de aquellos personajes, con quienes acumuló una fortuna que derrochó de manera desenfrenada. Por supuesto su familia nunca supo nada.

Gumercindo cuenta, que no solo servía a aquellos narcotraficantes sino que también era colaborador el grupo MAS, que como él lo explica significaba “muerte a secuestradores”. Gumercindo con mirada baja frota sus manos para obtener un poco de calor, y cuenta que en alguno de esos años, en un mes, en un día, se extravió un cargamento de droga, ¿Dónde? No se sabía.

El problema fue que por las paredes y por los pasillos se decía que Gumercindo era el culpable; así entonces la vida se volvió un desastre; ahora temía por su existencia. Esto fue un polo a tierra, un baldadito de agua fría, entonces decidió conseguir un trabajo para comenzar una vida ganada a lo justo. El Serpa, o Gumercindo o don Hernando narra que esa experiencia, una de las más duras de su vida, cuando el descontrol por el dinero, las drogas y el alcohol, casi lo matan.

Hernando cuenta los detalles de su vida con plena confianza y seguridad, intentando dejar bien claras cada una de sus narraciones. Sus palabras,  cargadas de emoción o frustración, fluyen como aquel humo que sobresalía de las calles que lo criaron cuando llovía.

En ese preciso momento, Gumercindo se levanta de su puesto y va a encontrarse con un viejo amigo quien conducía una camioneta negra. Ellos allá hablando y yo quiero preguntarle por las razones que lo empujaron a quedarse aquí en Duitama. Si seguía su historia ¿Qué sucedió luego? ¿Por qué ahora se desempeñaba como lustrador de zapatos? “Que Dios lo guarde” dice Gumercindo. ¿Creía en Dios aún? Y regresa a sentarse en esa silla maltratada por los años, y me va dejando sin palabras, porque sin que yo le dijera lo que pensaba preguntarle, él me afirma que jamás duda de aquel ser que todo lo ve, Dios; sin embargo agrega que aunque no es cien por ciento católico jamás pensaría en alejarse de él, pues dice con voz fresca y orgullosa, que junto a su familia, Dios es lo primero.

En lo que dura la conversación, que a estas alturas es el mismo tiempo que demora una lustrada, el Serpa cuenta que llega a esta ciudad por un velorio; y que ahora es su segundo hogar. Agrega que vivió tres años muy duros entre la miseria, el hambre y la bebida que lo consumían mientras destruían a su familia.

Aquí sentada veo pasar a la gente cargada de sueños y problemas, frustraciones y esperanzas. Y seguramente ni se han dado cuenta que el Serpa es un hombre feliz con su trabajo, a pesar de que la lluvia cause que la productividad de su negocio disminuya. Agrega que siempre confía en que su gente jamás lo va a dejar morir.

El trabajo en Colombia es quizás una de las problemáticas más grandes que nos inquietan. Siempre nos preguntamos ¿Dónde trabajaremos? ¿Qué pasará con nuestra existencia ? Hernando responde de manera tranquila: “Esperemos a ver qué nos trae la vida, lo único que le pido a mi Dios es que me de salud, pa’ vivir treinta años más”.

Si Hernando Sierra dice la verdad, pasó de tener demasiado dinero a tener lo necesario para vivir en una pieza de hotel con su esposa y sus hijos. Sus manos, en apariencia cansadas, dan a conocer una valiente y poco reconocida labor, esa que le permite, en ocasiones conseguir lo necesario para su tan deseado sancocho de gallina.

El Serpa, con sus dificultades de salud como la gastritis y la úlcera, sus sesenta años y un trabajo muy complicado, es feliz y orgulloso debido a que en aquella ajada pero cómoda silla, se han sentado para una lustrada de zapatos, personalidades políticas como: Horacio Serpa, Fabio Bustos, Osman Roa, Luis Eduardo Rodríguez y Juan Carlos Granados, este último que según él, ha sido el más generoso debido a esos cincuenta y seis mil pesitos que le pagó alguna vez.

Hernando Sierra, Gumercindo o el Serpa, resume su vida como una historia a punta de sangre y de betún, un relato que no muchas veces cuenta, pero que todos los días recuerda.