martes, 16 de septiembre de 2014

EL NO-LUGAR PARA LOS ENAMORADOS

El siguiente texto ha resultado ser uno de las mejores crónicas de nuestro proyecto. Para motivar a los tomasinos a escribir sus respectivos trabajos vale la pena leerlo

EL NO-LUGAR PARA LOS ENAMORADOS
Por Mayra Salazar

Hacia 1928 en el municipio de Duitama, perteneciente al departamento de Boyacá, se pensaba de manera inocente y ambiciosa en un sistema de acueductos que recibiera abastecimiento de los recursos hídricos naturales.

La administración del acueducto de la ciudad, ubicada en el valle de cuatro montañas propensas a generar corrientes de agua, que desde lo alto descienden hasta el municipio, emprendían la búsqueda de un lugar que no fuera riesgoso para excavar y para construir estanques de reserva  de enormes proporciones, un lugar deshabitado y lejano de las miradas de los curiosos habitantes, del bullicio de las festividades típicas de los pueblos y cercano a cauces de ríos. Al norte de la ciudad se encontraba una colina en donde el agua fluía de modo subterráneo (agua proveniente del páramo, en donde se situaba la laguna Pan de Azúcar), un lugar casi secreto en el cual se podía explotar el recurso hídrico necesario para la población. El acueducto inició allí las construcciones, como se había previsto, almacenó el agua en estanques enormes y al cabo de unos meses estaba abasteciendo a la gente.

De manera clandestina, desde el comienzo del funcionamiento de esta parte del acueducto, las parejas de jóvenes se reunían para iniciar allí los amoríos inocentes o los amores eternos de la época. Besos, detalles y sonrisas se compartían alrededor de tres estanques repletos de agua. Durante cuatro años la colina se usó para dos destinos: represar las aguas y atestiguar los amores. En 1932 Luis A. Soler, alcalde del municipio, decidió llamar al lugar “Parque de los enamorados”. Lo bautizó y lo condenó al auge y a la popularidad, algo hasta el momento no previsto, provocando que junto a los estanques se iniciara la construcción de canales por donde fluyera el agua de manera agradable; pequeños estanques de estructura diversa: uno en forma de trébol y otro de laberinto; puentecitos de madera para cruzar los canales y unas sillas, también la presencia de un parquero de apellido Vargas quien vivía en una de las casas aledañas y realizaba sus rondas con bastón en mano.
Las jovencitas, usando como pretexto ir a comer helado con sus hermanitos, se desprendían de sus padres; en efecto se dirigían a la heladería Panamá, en donde compraban helados y luego iban al “Parque de los enamorados”; algunas jóvenes se encontraban con sus novios; otras se sentaban en el pasto cerca de los estanques a cortar tréboles; en espera de un novio si el trébol era de cuatro hojas y en la desdichada soltería si era de tres.

Los visitantes podían ir a ver los insólitos patos en los estanques; en una visita de un grupo de escolares, quienes realizaban recorridos juguetones y desprevenidos, uno de los niños con una edad no menor a los doce años se resbaló  en un estanque y  se ahogó, sus amigos no pudieron auxiliarlo, lo que reforzó la mala reputación del parque y la privacidad de los enamorados, como recuerda el profesor Alberto Parra Higuera en su libro “El pozo de las imágenes” (1995).

De manera muy conveniente en 1935, se construyó cerca al parque la empresa Bavaria S.A, permitiendo llegar a un acuerdo con el acueducto de Duitama, haciendo que una parte del agua en almacenamiento se destinara a la empresa – con objetivo fijado en la producción de cerveza –. Esta empresa fue una de las primeras en establecerse en la ciudad. En la década de los Cincuenta hacían su aparición compañías nacionales y multinacionales como Indumil, Sofasa Renault y de modo indirecto Cementos Paz del Río, que se encargaron de crear centros recreativos y barrios para sus trabajadores, modificando la estructura del municipio. Por tanto la administración del acueducto  dejó al Parque de los enamorados a su suerte. En 1960 el parquero dejó de trabajar, los sedentarios habitantes encontraron centros de diversión  más cómodos – el parque del Solano, el del Carmen, el de Las Américas –  y el único provecho que se podía tener del antiguo sitio para tanques de reserva en aquel momento era su lejanía.

 Por otra parte, veinticinco años después,  las entidades cívicas tradicionales – Club de Leones y Cámara Junior,  de las que hacían parte los hijos de los hacendados del municipio – se encargaban de “embellecer” la ciudad, realizando arreglos a los lugares derruidos por el paso del tiempo; en 1985 el Club de Leones y la administración del municipio empezaron a reconstruir el parque. Iniciaron por los puentes de madera, luego limpiaron los canales llenos de basura; pintaron las sillas de piedra; plantaron unos pinos; establecieron nuevos senderos de concreto y un salón de recepciones. Algunos habitantes y sus costumbres modificadas no daban paso a la entrada de los recuerdos, tal vez los nostálgicos volvieron, pero el parque estaba una vez más destruido, nadie detuvo el proceso natural de las cosas construidas por el ser humano, es decir, nacen, son utilizadas y mueren;  al mismo tiempo los jóvenes que regresaban de la capital llenos con drogas en los bolsillos –popper, ácidos… - encontraron en el parque, un lugar perfecto para consumir. El último respiro de vida, de la mano de las apariencias, se dio para el paso de  la ruta del Mundial de Ciclismo en 1995 puesto que  construyeron unas escaleras para hacer más fácil el acceso, o, mejor, para que se desviara la atención de la cima de la colina.

El Parque de los enamorados se ha ido convirtiendo desde entonces en sede para los marginales, incluso algunos de ellos han buscado  la manera de habitarlo de modo permanente.


 El silencio es escalofriante cuando se llega, y se es recibido con una imagen: unas escaleras con ladrillos y materas en el medio junto a las faldas de la colina. En el momento de subir, al final de las escaleras, un sendero natural y un grupo de árboles de más de diez metros de altura hacen calle de honor; entre un par de árboles se encuentra una silla de piedra, por los vestigios de color que aún le quedan entre rayones de aerosol se podría deducir que era blanca; más adelante al final del sendero natural se pasa a uno de concreto, sendero que conduce a un canal con un pequeño estanque en forma de trébol y a los trozos que aún quedan de lo que fue un puentecito de madera; siguiendo el camino trazado por los canales, se pueden encontrar desviaciones hacia los lados, uno de los caminos  conduce de regreso a la fuente del trébol y el otro a los estanques grandísimos que se adornan de basura en el fondo; los estanques son tres, cuadrados y cubiertos de maleza en las esquinas, son unidos por canales superficiales por donde antes fluía el agua y ahora lo hace la basura; si se avanza, se encuentra uno pequeño con una estructura en forma de laberinto, decorado de la misma manera que los estanques enormes, unas escaleras con peldaños descendentes llegan al fondo de este estanque; volver al camino es fácil, basta con observar la estructura de lo que sería un salón social hundido en el pasto y sin techo , con una profundidad de más de cuatro metros, tapizado por la podredumbre; la estructura es acompañada por una superficie, la entrada al antiguo acueducto, en el centro de esta una escotilla cuadrada con unas escaleras, la luz no ha llegado en años pero se conserva intacta. Éste es quizás  uno de los pocos lugares invisibles desde la falda de la colina. Los recuerdos son grises si se piensa en las miradas de los jóvenes que alguna vez disfrutaron del parque, porque el olvido ya se lo tragó y nadie hoy por hoy sabe de él.

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