martes, 16 de septiembre de 2014

CON LOS PIES SOBRE EL ASFALTO


Por Jhojan Sebastián Ortiz Moreno

La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y
magnifica los buenos, y gracias a ese artificio,
logramos sobrellevar el pasado.

Gabriel García Márquez


Algo que vemos día a día de manera natural y con indiferencia, sin saber  el sufrimiento y esfuerzo que requiere, es el oficio de los comerciantes itinerantes, de los corredores de asfalto, de los pequeños nómadas, más conocidos en nuestro vasto mundo como vendedores ambulantes

Gente pujante arrojada a las calles por la vida, a sobrevivir, a luchar contra la pobreza con desesperación y con hambre, como dijo el maestro Jean Jacques Rousseau: “el pobre ama más el pan que la libertad”, y es cierto, el pueblo se interesa más por un plato de comida, así este lo encadene de por vida; viéndolo así,  la pobreza es la mayor enfermedad del mundo, al lado de la corrupción, bueno, aunque en el panorama actual de la sociedad las dos van unidas.

Y así es como llego al objetivo de mi proyecto; busco hacer una reflexión sobre las condiciones tan deplorables y los tratos a los que son sometidos los vendedores ambulantes, dando una mirada objetiva a todo lo que sucede cuando nos dedicamos a este oficio.

Muchos se preguntarán dónde nace este arte de vender alimentos, objetos y demás cosas en las calles; así que me di a la tarea de investigar más a fondo sobre este tema; después de un rato, pude encontrar  en una enciclopedia[1] de mi casa, un acercamiento al problema; todo se da en Roma, donde se crean las comidas rápidas, quienes para dar solución al problema de que muchos ciudadanos no tenían cocina en sus casas, inventaron las “termopolias” lugares donde se vendían platos preparados y calientes, en un recipiente especial para que se conservaran así. También tenemos que desde la antigüedad, los agricultores de pequeñas parcelas salían a vender los productos de sus cosechas a las calles.

Pero así como desde tiempos remotos este trabajo había traído alivio, ahora se ve con muchas dificultades para realizarlo; muestra de esto no la da la señora Esmeralda Ochoa oriunda de Duitama, nacida en el año de 1979. Ella, como muchas personas, se dedica a vender en las calles para subsistir; me dice que su hijo es la mayor inspiración para luchar contra la furia de las calles y sus transeúntes; ella vende envueltos de mazorca, alimento autóctono de nuestra tierra y que el valor de ellos es de $ 600 pesos; esto medio le da  para poder llevar algo de dinero para la casa, pero sustenta que este trabajo es difícil y agotador; pero que es el único que le ha brindado oportunidades económicas, ya que ella solo cursó hasta grado séptimo y este le quita posibilidades para desempeñar otro trabajo.

 De esta forma tenemos la primera conclusión de este proyecto: la educación es un factor que cobra demasiada importancia a la hora de ver cómo el presente se vuelve el futuro de cada persona; la educación determina en buena medida la calidad de vida de la misma y de las personas que la rodean; pero viéndolo así, más que un cuestionamiento a nuestro personaje, quizás la alarma sea para jóvenes, padres de familia, profesores y el mismo gobierno, quiénes a través de la historia a veces han dejado de lado la educación de las personas con menos recursos, a veces incluso, vemos que es inaccesible para muchos; se ha vuelto un negocio como ha sucedido con la salud y otros cuantos derechos de la población; esto solo nos muestra el estado tan deplorable de nuestra sociedad y de nuestro pensamiento a la hora de elegir a nuestro dirigentes.   

Siguiendo con su relato, doña Esmeralda cuenta que para la elaboración de su producto se demora en promedio a 4 a 5 horas y que los elabora en la hora de la mañana para que en la hora de la tarde los pueda salir vender en una esquina del centro de la ciudad, cerca al parque de Los Libertadores; nos relata que una de sus mayores  preocupaciones es que aunque ha pedido ayuda a la alcaldía nunca es escuchada y que además es maltratada por la fuerza  pública siendo sacada de su sitio de trabajo y a veces siéndole confiscado su producto; a esto se suma el temor de que algún día la salud no le sea suficiente para seguir guerreándola por su hijo y por su vida, y no sabe cómo poder seguir saliendo adelante.

Después de un largo tiempo de conversación, observando cómo vendía los envueltos y hasta ayudándole a venderlos, le pregunté que si le parecía justo el trato que le daban las entidades públicas y ella contestó con una mirada casi pérdida en el horizonte:

-No, no me parece justo que nos traten de una manera tan dura; a veces como si no fuéramos humanos; además creo que por ser un espacio público deberían dejarnos trabajar en paz desde que no le hagamos daño a nadie-.

Y es cierto, se les ha quitado su libertad sin razón alguna y sin darle ninguna solución concreta porque vemos que esta administración ha mostrado poco interés por esta clase de personas, que son muchas y que viven en situaciones precarias.

Después de esto me despedí de la señora y ella muy amablemente y con una cara de felicidad me regaló uno de sus envueltos que de por hecho son deliciosos.

Este gesto me dio mucha felicidad ya que la mayoría de gente tilda a los vendedores ambulantes de ladrones, pordioseros y de cosas por el estilo; lo que no saben es que de trasfondo de estas personas hay un corazón humilde y lleno de amor, porque no cualquiera se quita literalmente la comida de la boca, para dársela a un desconocido, perdiendo ese dinero que le podría servir para comer un poco mejor a la mañana siguiente; no se encuentra gente así todos los días.    

Al día siguiente  de haber conversado con doña Esmeralda, me encontré con la señora Luz Carolina Torres proveniente de la ciudad de Floresta de 43 años de edad, casada con el señor Nelson Mauricio Mojica; ella cuenta que trabaja en las ventas ambulantes hace 20 años y que esto le da para mantener a sus 5 hijos de los cuales uno estudia en Floresta y los otros cuatro en el Colegio Guillermo León Valencia de Duitama, nos comenta que en este momento está pasando por una crisis económica ya que su esposo está desempleado; él trabaja en construcción o más bien como “Ruso” y en este momento no hay trabajo en ninguna parte, así que ella está asumiendo los costos del hogar; ella trabaja para la empresa “Cream Helado”. Le pregunté por qué trabajaba en esto y no en otra cosa más cómoda; ella me dice que es por dos razones, la primera porque su educación fue precaria ya que estudió hasta quinto de primaria y la segunda porque este trabajo le brinda comodidad para estar pendiente de  la crianza de sus hijos. Ella al igual que doña Esmeralda ha sido ignorada por la administración municipal y también maltratada por la policía, viendo así que es una problemática frecuente para los vendedores ambulantes el choque con la fuerza pública.

Nos indica también la situación en su hogar; ésta es pésima y más en el panorama de la educación de sus hijos ya que a veces se queda corta en la compra de los materiales necesarios para su buen desempeño en las actividades académicas, pero aún así, ella no recibe reproche alguno de los niños, al contrario, son una  voz de aliento en momentos de desesperación.
  
La charla que se sostuvo con la señora Luz estuvo cargada de sentimientos fuertes hasta el punto de casi llorar al narrar su historia, y se entiende que se torne así porque la vida de ella como la de otros, no se les ha dado lo que en realidad merece; a veces en nuestro país, una persona humilde y honrada, es tratada de la peor manera.

Pasadas unas horas y para finalizar el día tuve la dicha de encontrarme con la señora  Flor Pérez, de 35 años de edad que trabaja para la marca “Bonice”; aunque ella nos cuenta casi lo mismo que las otras dos entrevistadas, a ella se le agrega que empezó a trabajar hace un año como vendedora ambulante y que además de esto trabaja vendiendo productos de catálogo y para sumar tiene una pequeña tienda de barrio; todo lo hace para sacar un poco más de dinero para mantener su casa y sus dos hijos: una niña y un niño, que a propósito estudian en el Colegio Santo Tomás de Aquino. Cómo lo imaginarán, su agenda es bastante apretada; se levanta a más tardar a las 4 de la mañana para alistar a su pequeña hija que cursa  tercero de primaria al igual que a su hijo para de 06:00 a 09:00 am poder abrir la tienda y lograr vender algo; a las 09:00 am se va sacar el producto en la distribuidora de  Bonice y a las 06:00 pm vuelve a la casa para seguir atendiendo su negocio el cual cierra a altas horas de la noche o a veces a la madrugada.

Nos comenta que en Bonice gana en promedio de $ 5000 a $ 10000 pesos diarios y que puede que no sea una gran cantidad de dinero pero que le ayuda para poder cubrir las necesidades básicas de su familia. Lo que hace más interesante a esta mujer fue que empezó a trabajar en esto después de haber sufrido la muerte de su esposo, quien fue asesinado por unos sicarios al frente de su casa; dice que la policía investigó el caso pero que el resultado es inconcluso pero se rumora que la muerte fue por una equivocación de los sicarios; sufrida está perdida ella se mantuvo inmersa en una gran depresión pero la vida de sus hijos la hizo levantar la cabeza y buscar a toda costa una salida para su situación.

En conclusión, las tres historias de estas mujeres, (cada una vendedora de un producto diferente pero con un  mismo propósito, salir adelante a todo costa), llenan el corazón de emociones fuertes al ver que hay gente tan luchadora, que aunque esté inmersa en la pobreza, y a veces con una calidad de vida deplorable,  sacan ganas para guerrearla frente a un mundo despiadado e indiferente; son mujeres pujantes que dejan hasta  la última gota de sudor en las calles por  sobrevivir, porque deambulan en el círculo de una sociedad extraña con lo humano; sin embargo pienso que le dan un toque de maravilla al piso por donde caminan porque siempre estarán con los pies sobre el asfalto.
        





[1]Historia Universal, Enciclopedia Básica Escolar Interactiva Siglo XXI (Madrid: Altair-Quebecor).


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