miércoles, 29 de junio de 2016

UNA HISTORIA CONTADA A BASE DE BETÚN

UNA HISTORIA CONTADA A BASE DE BETÚN

Por Laura Alexandra Amado Pinto

“Nada está perdido si se tiene el valor
 De proclamar que todo está perdido
y hay que empezar de nuevo”

Julio Cortázar


Fotografía de Fabian Muñoz
10:30 am; sentada en un sillón improvisado; bastante viejo pero cómodo; un sillón frecuentado por aquellos caminantes inconformes con el brillo de sus zapatos; caminantes con ansias de conseguir un lustrado perfecto.

Duitama, la perla de Boyacá, es una ciudad reconocida por su cultura, su historia y su gente; seres luchadores y echados para adelante quienes a pesar de un mal día, un mal sueño o una vida un poco complicada, son felices.

Almas andantes deambulan por esta ciudad siempre buscando cómo sobrevivir; almas trabajadoras y emprendedoras que aunque no corran con la misma suerte que los demás, jamás pierden las ganas de vivir.

Ojos despiertos y una sonrisa siempre presente, rasgos con los que Hernando Sierra, más conocido como el Serpa se dirige a su trabajo; es alguien, que como bien lo dice él… “ha pasado por las duras y las maduras”; sin embargo es completamente feliz… o eso dice con sus manos cansadas de tocar aquel cepillo lustrador, compañero en días de lluvia como estos.

El humo de los carros y la gente con sobrecargas que empujan con rapidez a los peatones, hacen que sea irrepetible cada día de trabajo para el Serpa; sus 13 ex-esposas y sus 16 hijos (8 de ellos hombres), logran convencerlo de que es uno de los hombres más queridos de la perla. Con una sonrisa un poco traviesa hace memoria de aquella mujer que casi lo mata dándole unos cuantos disparos en el abdomen por razones de amoríos.

Cuenta su historia con voz firme y su mirada refleja toda la aventura y el desenfreno que comienza en su pueblo natal, Barbosa –Santander, un lugar  maravilloso, con gente cálida y trabajadora. El Serpa recuerda cada una de las calles por donde corría cuando era solo un niño.

Fotografía de Fabian Muñoz
Su padre, un tinterillo y su madre adoptiva, una mujer luchadora; ellos   jamás lo dejaron solo. Yo pienso que esa sonrisa con que los evoca, son rastros de esperanza, de fe en sus recuerdos.

Ellos le enseñaron que un hombre tenía que ser una persona honesta, y que en cierto sentido era preferible resignarse a que cuando no se tiene no se tiene y ya; sin embargo sus recuerdos se entretejen con historias que se adentran en los terrenos de la ficción (o eso quiero pensar), cuando cuenta cosas de la mafia y de un tal Gumercindo, ficha de confianza de Pablo Escobar, del Gacha y de otros narcotraficantes.

Resulta interesante la conversación que parte de los valores que le inculcan los padres, el paso (ficcional (¿?) por la mafia), y esa determinación con la que afirma que jamás robó ni mató a nadie, porque según él decía: “Si usted cree que no soy un hombre correcto y honesto, entonces dispáreme”.

Entonces el Serpa resulta ser Gumercindo, un hombre que ha tenido más de una docena de esposas, y que ahora es conductor y mensajero de aquellos personajes, con quienes acumuló una fortuna que derrochó de manera desenfrenada. Por supuesto su familia nunca supo nada.

Gumercindo cuenta, que no solo servía a aquellos narcotraficantes sino que también era colaborador el grupo MAS, que como él lo explica significaba “muerte a secuestradores”. Gumercindo con mirada baja frota sus manos para obtener un poco de calor, y cuenta que en alguno de esos años, en un mes, en un día, se extravió un cargamento de droga, ¿Dónde? No se sabía.

El problema fue que por las paredes y por los pasillos se decía que Gumercindo era el culpable; así entonces la vida se volvió un desastre; ahora temía por su existencia. Esto fue un polo a tierra, un baldadito de agua fría, entonces decidió conseguir un trabajo para comenzar una vida ganada a lo justo. El Serpa, o Gumercindo o don Hernando narra que esa experiencia, una de las más duras de su vida, cuando el descontrol por el dinero, las drogas y el alcohol, casi lo matan.

Hernando cuenta los detalles de su vida con plena confianza y seguridad, intentando dejar bien claras cada una de sus narraciones. Sus palabras,  cargadas de emoción o frustración, fluyen como aquel humo que sobresalía de las calles que lo criaron cuando llovía.

En ese preciso momento, Gumercindo se levanta de su puesto y va a encontrarse con un viejo amigo quien conducía una camioneta negra. Ellos allá hablando y yo quiero preguntarle por las razones que lo empujaron a quedarse aquí en Duitama. Si seguía su historia ¿Qué sucedió luego? ¿Por qué ahora se desempeñaba como lustrador de zapatos? “Que Dios lo guarde” dice Gumercindo. ¿Creía en Dios aún? Y regresa a sentarse en esa silla maltratada por los años, y me va dejando sin palabras, porque sin que yo le dijera lo que pensaba preguntarle, él me afirma que jamás duda de aquel ser que todo lo ve, Dios; sin embargo agrega que aunque no es cien por ciento católico jamás pensaría en alejarse de él, pues dice con voz fresca y orgullosa, que junto a su familia, Dios es lo primero.

En lo que dura la conversación, que a estas alturas es el mismo tiempo que demora una lustrada, el Serpa cuenta que llega a esta ciudad por un velorio; y que ahora es su segundo hogar. Agrega que vivió tres años muy duros entre la miseria, el hambre y la bebida que lo consumían mientras destruían a su familia.

Aquí sentada veo pasar a la gente cargada de sueños y problemas, frustraciones y esperanzas. Y seguramente ni se han dado cuenta que el Serpa es un hombre feliz con su trabajo, a pesar de que la lluvia cause que la productividad de su negocio disminuya. Agrega que siempre confía en que su gente jamás lo va a dejar morir.

El trabajo en Colombia es quizás una de las problemáticas más grandes que nos inquietan. Siempre nos preguntamos ¿Dónde trabajaremos? ¿Qué pasará con nuestra existencia ? Hernando responde de manera tranquila: “Esperemos a ver qué nos trae la vida, lo único que le pido a mi Dios es que me de salud, pa’ vivir treinta años más”.

Si Hernando Sierra dice la verdad, pasó de tener demasiado dinero a tener lo necesario para vivir en una pieza de hotel con su esposa y sus hijos. Sus manos, en apariencia cansadas, dan a conocer una valiente y poco reconocida labor, esa que le permite, en ocasiones conseguir lo necesario para su tan deseado sancocho de gallina.

El Serpa, con sus dificultades de salud como la gastritis y la úlcera, sus sesenta años y un trabajo muy complicado, es feliz y orgulloso debido a que en aquella ajada pero cómoda silla, se han sentado para una lustrada de zapatos, personalidades políticas como: Horacio Serpa, Fabio Bustos, Osman Roa, Luis Eduardo Rodríguez y Juan Carlos Granados, este último que según él, ha sido el más generoso debido a esos cincuenta y seis mil pesitos que le pagó alguna vez.

Hernando Sierra, Gumercindo o el Serpa, resume su vida como una historia a punta de sangre y de betún, un relato que no muchas veces cuenta, pero que todos los días recuerda.






















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